Drogas sonoras-pulsos binaurales

 

“Cuando terminé la dosis no era capaz de pensar correctamente, mis ideas eran sumamente lentas. Todo en mi cuarto parecía dar vueltas y cambiar de forma y color. No puedo explicar muy bien lo que sentí y vi, pero realmente lo disfruté y lo recomiendo a cualquiera que desee tener un buen viaje.” Así se lee una de las reseñas publicadas en el sitio i-doser.com sobre el “peyote” que se puede comprar por poco más de cuatro dólares.

Además de la cactácea, la página web ofrece alrededor de doscientos estupefacientes distintos, entre los que se cuentan mariguana, LSD, cocaína, crack, heroína, metadona y morfina, con una particularidad muy especial: no se venden las drogas en sí, sino sonidos diseñados específicamente para provocar los mismos efectos.

Con más de un millón 400 mil descargas, i-doser es desde su lanzamiento en 2007 el líder de un mercado emergente de “drogas legales”, cuyos clientes son principalmente adolescentes que quieren experimentar estados alterados de conciencia, lo cual ha generado un amplio debate. Lo que ofrece el sitio, según sus propios creadores, son “dosis de pulsos binaurales que alteran las ondas cerebrales para estimular un estado de ánimo específico o experiencia a través del uso de un audio especializado”.


El principio se remonta a 1839, cuando Heinrich Wilhelm Dove descubrió los pulsos binaurales; es decir, dos tonos de distinta frecuencia en cada oído que producen que el cerebro compense con la creación de un tercer tono y se alteren las ondas cerebrales. De acuerdo con un artículo del psicólogo Ron Doyle publicado en Psycology Today en 2010, la terapia de pulsos binaurales ha sido utilizada para estudiar los ciclos del sueño y tratar la ansiedad; sin embargo, no existe evidencia seria que confirme su función para drogarse.

En 2011, la revista Nature Neuroscience publicó un artículo científico que concluyó que escuchar música que le guste a uno incrementa el nivel de dopamina en el cerebro y manda señales de placer al resto del cuerpo, por lo que puede despertar sentimientos de euforia y ansiedad, funcionando de manera similar a la de algunas drogas como la cocaína, según la autora principal Valorie Salimpoor, del Instituto Neurológico de Montreal.

Los investigadores estudiaron la liberación de dopamina debida a la música placentera a través de resonancias magnéticas. Entre las piezas que generaron los efectos más placenteros se encontraron melodías clásicas como la Novena sinfonía, de Beethoven, Claro de luna, de Debussy, El Lago de los Cisnes, de Tchaikovsky, pero también música de Infected Mushroom, Led Zeppelin o los mexicanos Rodrigo y Gabriela.

Los hallazgos del equipo canadiense “ayudan a explicar por qué la música es de tanto valor en todas las sociedades”, según Salimpoor; sin embargo, no confirman que la música pueda sustituir a las drogas, como presume más de una página de internet; a las armas, como pretenden algunos militares; o al abono, como suponen algunos agricultores. La medida en la que podría ser un coadyuvante queda a discusión y a la acumulación de mayor evidencia.

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