Precisa que “Ramos llegó a la ciudad de México a finales del siglo XIX para incorporarse al ajetreado mundo del fotoperiodismo, donde logró colaborar en las principales revistas de la época, como Arte y Letras, El Mundo Ilustrado y Cosmos, entre otras, que ofrecían la novedad de incluir la imagen fotográfica en sus páginas. Prácticamente no hubo publicación en la que no fueran incluidas sus placas. Manuel Ramos es un valioso testigo de sucesos que marcaron el curso de la historia en la primera mitad del siglo XX”.
Este precursor de la imagen estuvo en
alianza y competencia con fotógrafos de su época como Agustín Víctor Casasola, Antonio Garduño, Ezequiel Álvarez Tostado, Samuel Tinoco, Abraham y José María Lupercio; Ramos fue cronista desde el tiempo del transcurrir armonioso del régimen de Porfirio Díaz. A partir de 1910, produjo imágenes que muestran los últimos esplendores de esa dictadura y de las convulsiones políticas, militares y sociales que condujeron al inicio de otro ciclo en la historia del país.
Cabe destacar que entre 1913 y 1915, Manuel Ramos ayudó con sus fotografías al inventario, documentación, estudio y difusión del patrimonio que custodiaba el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología. De 1922 a 1934 se desempeñó como fotógrafo en la Inspección General de Monumentos Artísticos e Históricos, así como en la Dirección de Monumentos Coloniales y de la República.
Para este artista de la lente, su familia ocupó un lugar preponderante hasta su muerte. El acervo, compuesto por más de 11 mil fotografías y documentos que retratan las primeras cinco décadas del siglo XX en México, permaneció por mucho tiempo inédito, al resguardo de sus familiares, desde 1945 hasta los años 90. El Archivo Fotográfico Manuel Ramos se fundó con el propósito de conservar y difundir la obra de este testigo de la historia, como el principal proyecto de La Casa de los Árboles de Apizaco AC.
Sobre Manuel Ramos, el editor y especialista en fotografía Alfonso Morales ha escrito: “(…) Los cuadros de costumbres capturados por (la cámara de Manuel Ramos) son ilustrativos de una mirada que debía rendirse ante el impulso de los tiempos modernos y se negaba, por otro lado, a renunciar a las sensaciones tranquilizadoras que ofrecían las tradiciones conocidas. Al igual que las fotografías en que registró la convivencia de carruajes y automóviles, la sensibilidad de Ramos estaba en el cruce donde los gustos decimonónicos se hacían obsoletos y el siglo XX reclamaba espacio para sus novedades. Los bólidos motorizados que competían en el Hipódromo de la Condesa, las máquinas voladoras, los intrépidos ascensos del Hombre Mosca, la arquitectura, monumentos, vecindades y paisajes de la ciudad, daban cuerda a los relojes de la modernidad.”
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