Por Concepción Ocádiz
Tulancingo, Hidalgo.- Todos los días, "La Bestia"
es el monstruo que atraviesa los tendidos de acero, llevando a cientos de
migrantes, cada uno con sus historias, muchas llenas de sufrimientos, pasando
por Bojay, comunidad de Atitalaquia, Hidalgo, y otras fronteras, para llegar a
Tamaulipas, luego a Sonora y, finalmente, a Estados Unidos.
Migrantes,
hombres y mujeres, esperan impacientes en el albergue "El Buen Samaritano",
atendido por cuatro religiosas, una de ellas la hermana Luisa Silverio Cruz, de
la Congregación de los Sagrados Corazones, perteneciente a la Arquidiócesis de
Tula.
Ellas asisten a cuanto viajero llega desde marzo de
2011.
Tan sólo el año pasado, más de seis mil extranjeros hicieron escala
en este lugar, donde descansaron unos días antes de, nuevamente, subir al tren
con un rumbo fijo, aunque el camino se encuentre lleno de peligros.
Y es
que, al abordar el "Caballo de Troya", conocen bien a lo que se exponen, pero lo
mejor, dicen, es ignorar cualquier provocación.
Viajar en el ferrocarril
también es pugna territorial.
Cada cual defiende su mejor lugar, por lo
regular, el techo; ahí duermen cobijados por la bóveda celeste y en el día
quemados por los rayos del Sol.
Golpes, malos tratos, robos y otros
riesgos son el pan de cada día en este monstruo cargado de varios vagones que
acerca a la frontera con Estados Unidos.
Hay quienes viajan armados,
aseveran los pacientes migrantes que hacen parada en Hidalgo.
Sin
embargo, para salir de la pobreza, vale la pena exponerse a todo. Y vaya que el
término es bastante complejo.
El tranvía pasa veloz ante la mirada de
quienes lo esperan. Pero las ganas de llegar a su destino son mayores y,
temerariamente, se lanzan sobre él.
Sólo pasa una vez al día, así que si
lo pierden, deberán esperar otro amanecer.
La Bestia, proveniente del sur
de México (Chiapas), no tiene horario, pero casi siempre es cuando los rayos del
Sol están en el cenit.
Mientras abordan, pueden bañarse, dormir, comer y
ayudar en las tareas del albergue, que está a unos cuantos pasos de las vías del
tren. La estructura se cimbra cuando el silbato anuncia que ya es hora de
correr.
Si no pueden subir por la velocidad que lleva, entonces deben
caminar dos kilómetros hacia un puente y enseguida trepar por la escalera,
sosteniéndose como puedan, mientras el maquinista y su equipo hacen maniobras
para tomar otros vagones y emprender el viaje.
Los migrantes,
provenientes principalmente de Centroamérica, hacen oración.
Su Plegaria
del Migrante, de la autoría de Jorge Reyes Rivas, dice: "Acá estoy, ya en camino
hacia el norte. Llevo conmigo todo y nada. Llevo mis raíces, pues ya me sacaron
de la tierra que tú me habías prestado.
"Dejo mi patria, mis amigos, mi
familia, dejo mi pueblo y mi cultura. No me queda mucho, sólo llevo mi mochila,
pero la llevo llena de fe, de sueños, de espera. También llevo el corazón lleno
de tristeza, pues quisiera un día con los míos regresar y no sé si llegaré a la
tierra de mis sueños..."
Historias de vida son muchas, tantas que hasta
parecieran quedar en olvido, pues todas convergen en un mismo punto, alcanzar el
sueño americano.
Llegar a Estados Unidos es el fin; el medio, el tren,
con todo y sus carencias.
EL VIAJE ES TREMENDO...
Juan Ángel
Alcántara Rivera espera impaciente, sentado en unos rieles, mientras come una
torta que alguien le obsequió.
Su piel, lacerada por el Sol, presenta
llagas, pero poco le importa, sólo le preocupa arribar a Estados Unidos, no sabe
cómo ni cuándo.
En su viaje, las cosas no han sido fáciles.
Ha
transcurrido una semana desde que salió de Honduras a Atitalaquia.
Ya
todos los migrantes saben que en este punto del estado de Hidalgo está la Casa
del Migrante, donde les brindan apoyo.
Era jornalero, en su país natal,
pero "la vida está dura allá". Los recuerdos lo invaden, sobre todo cuando habla
de su pequeña hija, nacida el 31 de diciembre.
La dejó al igual que a sus
otros dos hijos y a su esposa. "Quiero llegar a Estados Unidos y trabajar. Es un
sacrificio que uno hace para llegar allá".
Salió con cuatro mil pesos,
insuficientes, pues apenas sí le alcanzarán para pagar al "coyote" que lo espera
en la frontera a fin de cruzarlo al otro lado del río Bravo.
Su viacrucis
apenas ha comenzado.
"El viaje de Honduras a México es tremendo, a uno lo
quieren joder o matar, es que uno trae su dinerito y hay quien no, entonces pues
es la lucha por la supervivencia.
"Me ha tocado puro sol en el viaje. De
Honduras a Guatemala, y de ahí a Tenozique, Tabasco, y luego
Atitalaquia".
Ya de este punto abordará La Bestia para llegar a la
frontera, donde, sin duda, no soslaya, en medio de su valentía y fortaleza, que
el peligro acecha a todos quienes buscan una mejor calidad de vida.
No es
fácil emprender el viaje, reconoce, pero su fe es más grande: "No sé cuándo
llegaré a la frontera, pero hay esperanza.
"Quiero trabajar y pagar el
dinero al coyote".
Quien lo ayudará a "pasar" le cobrará tres mil 200
dólares de Piedras Negras, Coahuila, a Miami, Florida.
No llegará a la
nada, precisa, pues del otro lado, en Estados Unidos, lo espera parte de su
familia, también migrantes.
Como para todos, uno de los principales
temores de Juan Ángel, cuando llegue a Estados Unidos, es a la migra, pero aun
así cree en el sueño americano.
"Yo me quedaré a trabajar en Estados
Unidos, mi familia me esperará en Honduras y no pienso llevármelos, porque no
quiero que sufran lo que yo".
Calza tenis desgastados, viste un pantalón
sucio y una camiseta que deja ver la huella que ha dejado el sol. Sabe que aún
hay muchos kilómetros que recorrer.
Lo peor es el miedo que debe
enfrentar en el tren, donde hay quien viaja con armas, machetes y otros objetos
peligrosos. "Por eso, mejor me apartaré como lo he venido haciendo, porque no
quiero problemas".
EXPONERSE A LOS "LEVANTONES"
Alexander
Velásquez es otro hondureño que disfruta estar en México. Espera, cuando él lo
decida, irse en el también llamado "Tren de la Muerte"; mientras duerme en
Atitalaquia o, si quiere, se sube, y va y viene, ya conociendo varias
rutas.
Ya ha vivido en Estados Unidos. En 13 años, aprendió a hablar el
inglés. Buena parte de la charla es en ese idioma, sin olvidar sus
raíces.
Dice que en unos meses más se irá a la Unión Americana, mientras
narra parte de su historia.
Quiere dejar el alcohol, tremendo vicio que
le imposibilita a dar pasos contundentes.
En una ocasión, fue deportado
cuando dormía a la intemperie y le echaron los perros los de la Border Patrol.
Se encontraba en Reynosa.
Su mayor anhelo, hace unos seis meses, agrega:
regresar a Nueva York..
Narra: "Tenía sueño y frío y ahí me quedé
dormido, fue cuando los de la Border me llevaron al sur de Lousiana y ahí estuve
varios meses arrestado hasta que me deportaron".
Y nuevamente trata el
tema de su temor en Reynosa mientras planeaba cruzar la frontera. "De repente,
me subieron a una camioneta".
Él dice que le dieron "levantón" los de un
Cártel, pero no le hicieron nada, sólo lo interrogaron.
"Me subieron a
una camioneta y me preguntaron para quién trabajaba, pero pues les dije que
quería irme al Norte.
"Ellos no hacen nada, la bronca es entre
ellos".
Su plática es pausada, y enfatiza: "Hasta el más malo puede tener
un rasgo bueno, y sólo me cuestionaron".
Retornó para intentar regresar
otra vez con la esperanza de que los de Migración, quienes están muy activos en
la tierra del Tío Sam, no lo deporten de nuevo.
Quiere retornar para
trabajar como lavatrastes o en la construcción, "se gana bien".
Para nada
quiere regresar a Honduras. Ni siquiera porque en su país dejó a dos hijos y
ocho hermanos, además de sus padres.
Enfatiza que no teme llegar a
Estados Unidos, "a veces pensaba que todo lo malo que me pasaba a mí era por
todo el mundo, pero estar allá me enseñó a ser positivo.
"Bebía mucho.
Estoy tratando de ver si puedo dejarlo", finaliza Alexander
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