1.-Indiferencia mal disimulan nuestro miedo ancestral a la muerte, nuestra falta de
naturalidad para aceptarla, aunque en este país se nos quiera quitar la alegría
de vivir y la dignidad para morir.
2.-Le viene bien al sistema en la medida en que no tiene que invertir en
creatividad ni en subsidios, sólo en mantener esa tradición, aunque sin
difundirla, reflexionarla o enriquecerla con aportaciones valiosas. Esos
elementos del patrimonio cultural subsisten más por el prestigio de su
antigüedad que por haber permeado la conciencia colectiva.
3.-refleja sobre todo un modo de pensar, de sentir y de ver la vida que va mucho
más allá de lo exótico, del folclor y del pintoresquismo; es una costumbre tan
arraigada que logra resistir los embates del modernismo propagado por los
promotores del pensamiento único. A mí me parece muy bien que el sistema, como
dices, pero además las instituciones y las familias hagan sus altares de
muertos, los muestren e incluso participen en concursos. Ello es una manera de
apartarse del pensamiento único que se nos impone-
4,-los altares de muerto con sus flores de cempasúchil, copal, veladoras, papel picado, retratos, objetos –¿hoy habrá que agregar drogas y armas?– y la comida y bebida que fueron del agrado del difunto diluyen, si no es que en definitiva anulan, toda reflexión acerca de la finitud de la vida, de la muerte como parte inseparable de la vida, no su contrario. Entonces el pensamiento único, impuesto por el primer mundo, se emparenta con las tradiciones populares, pues ninguno tiene como finalidad la reflexión o la toma de conciencia sino imponer prácticas e ideas simplificadoras, cuando no enajenantes
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