Homo sacer es una oscura figura del derecho romano arcaico, en que la vida humana se incluye en el orden jurídico únicamente bajo la forma de su exclusión (es decir de la posibilidad absoluta de que cualquiera le mate sin ser responsable jurídico ni penable por dicha acción aniquiladora). Figura traída al presente por el filósofo italiano Giorgio Agamben.
Es decir, el del ser humano excluido, vaciado de todos sus derechos y echado fuera por un Estado represivo, despótico y autoritario. Un Estado que Ilán Semo calificó como
Walter Benjamin, en su obra Tesis sobre la historia, la historia de los oprimidos nos enseña que
El mismo autor añade que desde los campos de concentración
El rescate de la dignidad humana es, en efecto, uno de los contenidos éticos básicos para superar la crisis de civilización a la que hemos llegado. Cuánto más que el nuevo constitucionalismo intenta superar, todavía sin mucho éxito, ver disminuida la obligatoriedad de los derechos humanos a la exigencia de reconocimiento por parte de los Estados. La dignidad de la persona humana radica antropológica y ontológicamente en su condición de ser sujeto, por su capacidad racional de autodeterminación. De ello deriva éticamente su carácter de fin, y por ello constituye el valor supremo en muchos de los sistemas morales, pertenecientes incluso a diferentes culturas.
En esto funda también el filósofo de Königsberg el imperativo moral de tratar al ser humano como un fin en sí mismo y como el valor máximo de la convivencia social y del ordenamiento jurídico. Y en ello se fundamentan, filosóficamente hablando, los derechos humanos, como condiciones indispensables para que el ser humano viva de una manera congruente, y pueda alcanzar su desarrollo y perfección.
Es decir, el del ser humano excluido, vaciado de todos sus derechos y echado fuera por un Estado represivo, despótico y autoritario. Un Estado que Ilán Semo calificó como
canalla, el cual llega incluso a considerar como adversario a cualquier ciudadano o ciudadana que no se someta a las exigencias de su poder arbitrario.
Walter Benjamin, en su obra Tesis sobre la historia, la historia de los oprimidos nos enseña que
el estado de excepción es la regla, y que Giorgio Agamben agrega algo más perturbador en su libro Homo Sacer, cuando escribe:
El campo de concentración y no la ciudad es hoy el paradigma biopolítico de Occidente.
El mismo autor añade que desde los campos de concentración
no hay retorno posible a la política clásica, pero que es desde estos
terrenos inciertosdesde donde debemos pensar las formas de una nueva política (cfr. p. 21).
El rescate de la dignidad humana es, en efecto, uno de los contenidos éticos básicos para superar la crisis de civilización a la que hemos llegado. Cuánto más que el nuevo constitucionalismo intenta superar, todavía sin mucho éxito, ver disminuida la obligatoriedad de los derechos humanos a la exigencia de reconocimiento por parte de los Estados. La dignidad de la persona humana radica antropológica y ontológicamente en su condición de ser sujeto, por su capacidad racional de autodeterminación. De ello deriva éticamente su carácter de fin, y por ello constituye el valor supremo en muchos de los sistemas morales, pertenecientes incluso a diferentes culturas.
En esto funda también el filósofo de Königsberg el imperativo moral de tratar al ser humano como un fin en sí mismo y como el valor máximo de la convivencia social y del ordenamiento jurídico. Y en ello se fundamentan, filosóficamente hablando, los derechos humanos, como condiciones indispensables para que el ser humano viva de una manera congruente, y pueda alcanzar su desarrollo y perfección.
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