El
gatopardismo de la existencia
Xabier
F. Coronado
Si queremos que todo siga como está, es preciso
que todo cambie. ¿Me explico? […] ¿Y qué ocurriría entonces? ¡Bah! Negociaciones
punteadas con inocuos tiros de fusil, y luego todo seguirá lo mismo, pero todo
estará cambiado. (…) Una de estas batallas en las que se lucha hasta que todo
queda como estuvo.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa: El gatopardo
Giuseppe Tomasi di Lampedusa: El gatopardo
Entre las consecuencias de la
relación de la literatura con el lenguaje encontramos un fenómeno poco habitual:
la aparición de palabras que expresan ideas originales o conceptos que no
tenían un término específico para denominarse. Este hecho se produce cuando de
la literatura deriva un vocablo nuevo que comienza a ser utilizado en el
lenguaje, hablado o escrito, y luego se normaliza. Estos neologismos pueden
proceder directamente del nombre de los escritores o desprenderse del título de
obras literarias determinadas.
Es común decir que algo es “kafkiano” cuando se asemeja al
ambiente descrito en las obras de Franz Kafka; “sadismo” o “sádico” son términos
utilizados para hablar de comportamientos que el Marqués de Sade detalló en sus
libros. Otras expresiones como “quijotesco”, “quijotismo” y “maquiavélico” son
también ejemplos de palabras que la literatura aporta al lenguaje.
En la misma categoría se encuentra otro vocablo que, con poco
más de medio siglo de existencia, se ha extendido de manera generalizada:
“gatopardismo”. Este término, que en su origen fue utilizado en el ámbito del
análisis político, surge del título de la obra El gatopardo, de
Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957).
Gatopardismo
político y dinámica lampedusiana
Todo esto no tendría que durar, pero
durará siempre. El siempre de los hombres, naturalmente, un siglo, dos siglos...
Y después será distinto, pero peor.
Giuseppe T. di Lampedusa El gatopardo
Giuseppe T. di Lampedusa El gatopardo
De la lectura de El gatopardo (1958) –novela póstuma y
única de su autor– se desprende con claridad una idea precisa que emana de los
hechos relatados por Lampedusa: en ocasiones es necesario cambiar ciertas cosas
para que todo siga igual. En la Enciclopedia de la política, de Rodrigo
Borja (FCE, 1998), el ex presidente ecuatoriano
apunta que “gatopardismo” se utiliza «para señalar la actitud de cambiar todo
para que las cosas sigan iguales, tal como lo proclama reiteradamente el
personaje de la novela, en el marco del pacto con el enemigo político
tradicional».
Ese patrón estratégico, expuesto de manera magistral por el
escritor siciliano, se denominó gatopardismo, un término utilizado sobre todo en
sociología política para referirse a una táctica empleada por las clases
dominantes con el objetivo de conservar sus privilegios. Posteriormente, comenzó
a usarse de forma habitual hasta ocupar un lugar común en los medios de
comunicación. Basta con realizar una búsqueda en publicaciones impresas y
digitales para comprobar que es una palabra que se emplea con relativa
frecuencia a la hora de tratar cualquier tema.
En suma, al cumplirse cincuenta y cinco años de la aparición de
la novela, el concepto está asimilado y el término gatopardismo bastante
extendido. Menos utilizado es el adjetivo lampedusiano, que deriva del nombre
del autor de El gatopardo y se refiere a la misma idea.
Hay mucho de maniobra política en el gatopardismo, sobre todo
cuando se vincula a individuos que luchan por mantenerse en el poder o al propio
sistema cuando necesita simular cambios con el fin de preservar su dominio. Pero
el concepto da para más, trasciende el marco político y podemos aplicarlo para
referirnos a nuestra manera de vivir y relacionarnos como individuos.
Las formas básicas de organización y funcionamiento de la
sociedad humana son más antiguas que las ideologías políticas. Aunque en
diferentes épocas se hayan presentado cambios que parecen significativos,
nuestras formas de vida y relación se perpetúan en lo esencial. El término
“lampedusiano” se ajusta más para denominar ese mecanismo que hace que nuestro
proceso existencial como individuos se mantenga casi inalterable a lo largo de
la historia. Lo inquietante es que la dinámica lampedusiana que se repite en
nuestras vidas parece ejercer como freno evolutivo, pues se aferra a viejos
hábitos y costumbres que bloquean la búsqueda de una visión más equilibrada de
nuestra existencia terrenal.
La civilización y el progreso son gatopardistas, como los
políticos en turno y las clases privilegiadas. El desarrollo humano sobre el
planeta mantiene una dinámica lampedusiana y tendrá un final por saturación
cuando se haga materialmente insostenible. Ese proceso, en el que estamos todos
involucrados, nos atrapa. Vivimos en un estado de autoengaño y desconocemos el
sentido real de las cosas hasta el punto de ignorar que el mundo es perecedero y
circunstancial. Lo lampedusiano alude a una actitud humana, como individuos y
como sociedad, que penetra el proceso evolutivo existencial.
En la actualidad se impone un ideal consumista, propuesto desde
la economía occidental, que afecta a todo el planeta. En apariencia vivimos en
una sociedad más justa e igualitaria, pero en la práctica ocurre todo lo
contrario: una vuelta más en la espiral lampedusiana. Lamentablemente vamos a
peor; esta certeza aciaga de un resultado final negativo también es revelada
en El gatopardo con una sentencia clara y precisa que no necesita
comentario: “E dopo sarà diverso, ma peggiore”, es decir, “y después será
diferente, pero peor”.
En la historia de la humanidad, las maneras de relacionarse se
repiten con ciertos matices que las hacen parecer nuevas, aunque nada cambie
esencialmente. Si recapacitamos sobre un tema cotidiano como la violencia, nos
damos cuenta de que es igual la primitiva tibia de Kubrick en 2001: una
odisea del espacio, que el misil nuclear; la idea es la misma: un arma que
se utiliza para dominar, agredir y matar. Obviamente cambian los métodos, pero
no los modelos de conducta. El desarrollo científico y tecnológico es un ejemplo
más de aparente cambio continuado sin transformaciones positivas. Prevalecen las
dudas sobre las certezas: cada nuevo descubrimiento trae consigo una multitud de
incógnitas por resolver.
La dinámica lampedusiana también opera en nuestra controvertida
era de la comunicación global.
Es evidente que las cosas cambiaron: estamos más comunicados,
aunque a veces de una manera muy superficial, y tenemos acceso a más
información, a menudo de dudosa calidad y origen. Pero, a la vez, somos más
accesibles y estamos más controlados. En la práctica, las nuevas tecnologías
quizá resulten peor que los medios tradicionales de comunicación.
La clave de todo está en que este proceso de cambios sin
transformaciones esenciales, con tendencia negativa, se repite sin trabas
porque, como dejó escrito Lampedusa, no tenemos conciencia de que se produce:
“Nosotros fuimos los Gatopardos, los Leones. Quienes nos sustituyan serán
chacalitos y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos
creyéndonos la sal de la tierra.”
Vida y muerte: la
consciencia existencial
La muerte, sí, existía, no
había duda, pero era cosa de los demás.
Giuseppe T. di Lampedusa El gatopardo
Giuseppe T. di Lampedusa El gatopardo
Si se analiza la evolución del ser humano sobre la tierra
podríamos concluir que se trata de un proceso biológico desnaturalizado. Es una
tesis verosímil desde el punto de vista científico porque, en definitiva, no
dejamos de ser una especie en desequilibrio con el medio de cultivo orgánico en
el que nos desarrollamos.
En general, las explicaciones que damos al sentido real de
nuestra existencia son ambiguas y simplistas, mientras los sistemas educativos y
la religión se encargan de perpetuar esa visión tan estrecha. Mayoritariamente
se acepta que nos creó un dios masculino, omnipotente y paternal, un protector
autoritario que nos controla, nos juzga y nos condena implacablemente. Hay
muchas posibilidades explicativas pero todas son teorías sin demostrar; este
proceso vital escapa a una comprensión mental que funciona entre limitados
parámetros de sintaxis y lógica racional.
¿Cuáles son nuestros pensamientos, nuestras motivaciones
cotidianas, nuestros anhelos reales? La desatinada sociedad actual es factible
porque los individuos que la sostienen carecen de conciencia existencial, se
vive una falacia donde todo cambia vertiginosamente para que todo siga igual.
Esa inconciencia es una de las desventajas del ser humano; el sometimiento se
hace evidente cuando miramos alrededor y vemos nuestras pautas de relación y
organización, nuestras rutinas y la manera como despilfarramos la energía y la
vida.
El sistema de vida occidental nos induce a pasar gran parte de
la existencia con la esperanza de la jubilación; estamos seguros de que, cuando
ésta llegue, comenzará la verdadera vida, la que siempre quisimos vivir pero
postergamos a cambio de una garantía de seguridad material. Sin embargo,
aquellos que logran llegar al ansiado renacimiento en supuesta libertad
subvencionada, se encuentran con realidades imprevistas como la certeza de la
vejez, la pérdida de la voluntad y la inminencia de la muerte… Entonces, incluso
llegan a echar de menos el yugo que les mantenía sujetos.
En El gatopardo se trata en profundidad el tema
capital de la existencia humana: la actitud ante la vida y la muerte. Lampedusa
plantea con claridad que “el problema auténtico consiste en poder vivir esta
vida del espíritu en sus momentos más sublimes, más semejantes a la muerte”,
porque sólo la certeza de la muerte da la conciencia existencial que permite
vivir en plenitud. Muchas veces pensamos en la muerte como algo ajeno, un evento
lejano que tiene más proximidad con los demás que con nosotros mismos. En
realidad, sólo admitimos la muerte en el discurso teórico porque, como se lee en
la novela, “el conocimiento de la muerte era puramente intelectual, era por así
decirlo un dato de cultura y nada más, no una experiencia que les hubiese
penetrado la médula de los huesos”.
Es posible que si llegáramos a asumir conscientemente que el
nacimiento y la muerte forman parte de la vida, lograríamos comprender que, como
expone Lampedusa, “todos nosotros, igualmente sometidos a la doble servidumbre
del amor y de la muerte, somos iguales”. Entonces, ante la certidumbre de la
igualdad y de la muerte, dejaríamos de comportarnos como criaturas únicas y
privilegiadas que disponen de tiempo suficiente para dejar las cosas para
mañana.
En definitiva, ser plenamente conscientes de que vamos a morir
nos ubica en la existencia y nos da la tranquilidad necesaria para admitir
nuestro destino: “Como siempre, la consideración de su muerte lo serenaba […].
Tal vez porque, en fin de cuentas, su muerte era el final del mundo.”
Un cambio
verdadero
«Mientras hay muerte hay esperanza»,
pensó.
Giuseppe T. di Lampedusa El gatopardo
Giuseppe T. di Lampedusa El gatopardo
¿Qué hacer para cambiar realmente? ¿Se podrá romper
ese mecanismo, implacablemente lampedusiano, donde prevalece la simulación del
cambio?
Será difícil, porque además de lograr la conciencia
existencial, tendremos que probar nuestra capacidad para desarrollar una nueva
visión del mundo que, necesariamente, rompa con todos los hábitos y prejuicios
derivados de actitudes que parecen ser inherentes al ser humano. Será complicado
descubrir la fórmula, pero no podemos perder la esperanza de encontrar el camino
del cambio verdadero, superando gatopardismos y dinámicas lampedusianas.
Lo único seguro es que tendremos que cumplir el inexorable
mandato biológico de la transformación energética para poder despertar en ese
lugar, conocido y olvidado, que es la tabla de salvación del soñador de
pesadillas. Pero, antes, es necesario creer en nuestras posibilidades, sin dudas
ni miedos al fracaso. La búsqueda del cambio existencial conlleva el compromiso
de realizar un trabajo personal trascendente que logre restablecer la conexión
con nuestra verdadera naturaleza. Hay que poner en ello toda la voluntad, a
sabiendas de que no tenemos muchas posibilidades de lograrlo. Como se dice en la
tradición zen, hay varios caminos para subir a la montaña, pero lo difícil es
tener la voluntad necesaria para recorrerlos y alcanzar el satori (la
iluminación). Una vez en la cima, sólo es cuestión de lanzarse al vacío: la
conciencia lograda durante el largo ascenso nos dará la fuerza necesaria para
levantar el vuelo.
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