La Inquisición creada en el siglo XIII para perseguir la herejía, fue
establecida por el Papa Gregorio IIX en 1231; pero en la España de los Reyes
Católicos alcanzó plena extensión y eficacia. A la herejía se fueron añadiendo
nuevos delitos: homosexualidad, blasfemia, adulterio, incesto, hasta hacer de la
Inquisición un organismo coercitivo en manos de las clases dominantes. Fue
abolida en 1814.
La exposición original surgió en abril de 1983 en Florencia como un
testimonio contra la brutalidad del poder en cualquier lugar y tiempo y ha sido
montada con fines didácticos y para que los espectadores diserten sobre la
injusticia, crueldad y reaccionen contra la violencia.
También los escalofriantes instrumentos nos ubican en una atmósfera y
ambiente que se vivía en muchos lugares, pese a que las piezas tienen una fecha
de origen que los ubica en la Edad Media.
El ambiente se percibe tenso y lúgubre. El aire que se respira se torna
insuficiente y enmohecido. Los colores rojo y negro del montaje enmarcan las
antiquísimas piezas elaboradas en hierro y madera. Todo mueve a reflexión:
repudio, rechazo, miedo, impotencia, indignación.
Esto sucede luego de recorrer la muestra titulada Inquisición:
Instrumentos de tortura, desde la Edad Media hasta la época industrial, que
fue inaugurada por primera vez en México en 1995 y que tras su permanencia en
varios recintos del Distrito Federal y del interior de la República dejará de
ser expuesta a finales de este mes en el Palacio de Minería, en donde ha sido
alojada durante cuatro años, pues antes estuvo seis años en el Palacio de la
Inquisición (antigua Escuela de Medicina), también en el Centro Histórico.
La muestra, que es considerada "una antología de los horrores y de la
crueldad humana", a lo largo de más de una década ha recibido a aproximadamente
cinco millones de visitantes y es considerada la que mayor tiempo ha permanecido
al alcance del público en el Distrito Federal.
Las salas que exhiben el acervo nos remiten y hablan de la sangre derramada,
infecciones, putrefacciones, gangrenas, desollamientos, destripamientos,
decapitación, descuartizamientos, mutilación de miembros, entierros, latigazos,
hogueras, suplicios letales, golpes dolorosos y humillaciones públicas,
consecuencias de los terribles castigos a los que fueron sometidas las
víctimas.
La colección montada en varias salas del Palacio de Minería se divide en
Instrumentos de humillación pública, Aparatos para torturar, Instrumentos de
pena capital e Instrumentos de tortura contra mujeres. La museografía también
consta de xilografías y grabados para ejemplificar los métodos de tortura,
incluidas fichas y textos informativos.
Los letales artefactos se remontan a los siglos XVI y XVII, además de las
reconstrucciones filológicas del XIX y XX, y de esas piezas que integran la
colección de los italianos Lorenzo Cantini y Donatella Montina se hallan tanto
instrumentos originales como réplicas. Esto significa que tres cuartas partes de
las piezas exhibidas son originales y el resto, reconstruidas.
Entre los victimados y las acciones castigadas figuran: herejes,
homosexuales, presos, fugitivos, monjas, vagos, borrachos, mercaderes
deshonestos, infieles, regicidas, madres solteras, chismosas, brujas, poseídos,
prostitutas, rateros, músicos malos, aquellos que estaban inconformes con el
orden establecido, libidinosos, etcétera.
Y contra ellos se utilizan, por mencionar algunos de los instrumentos de
tortura y pena capital, el garrote, la espada del verdugo, la doncella de hierro
de Nuremberg (sarcófago con puntas por dentro), la jaula colgante (en donde los
condenados morían por el clima, hambre y sed), la guillotina, el aplastacabezas
(con el cual el cerebro se escurría por la cavidad de los ojos) y el
aplastapulgares, el desgarrador de senos, el desollamiento y el cinturón de
castidad.
También sobresalen los hierros ardientes para marcar, la horquilla del
hereje, las máscaras infamantes, la pera oral-rectal-vaginal, el suplicio del
agua, la trenza de paja, el collar de púas punitivo, las arañas españolas y el
crucifijo puñal, bajo el cual se amparaban los clérigos para eliminar
"pacíficamente" a infieles y herejes.
Tampoco se demerita el castigo atroz y cruel de las sillas llamadas de la
zambullida, la del interrogatorio, putrefacción y tortura. Otros aparatos que
llaman la atención son el potro "arranca testículos" y el anillo
automortificante.
En el primero, la víctima era obligada a subirse a una especie de potro de
madera, como si estuviera cabalgando, mientras se le colocaban pesos cada vez
mayores sobre los pies. El resultado: después de unas horas e inclusive días,
los condenados padecían una gangrena progresiva en nalgas, escroto y recto, sin
mencionar la atroz agonía.
Mientras que el conocido como cinturón de castidad provocaba la muerte en
escasos dos días debido a la acumulación de toxinas no retiradas, además de las
abrasiones y laceraciones por el contacto con el hierro. Las mujeres en un 85
por ciento, según se indica en el recorrido, han sido el objetivo de las
torturas, a lo largo de tres siglos.
A diferencia del anterior artefacto, el anillo automortificante era una forma
de sufrimiento que el hombre, generalmente religioso, se imponía de manera
voluntaria para alcanzar un "estado de perfeccionamiento" moral o espiritual
para impedir la erección mediante las púas dispuestas por el lado interior del
aparato.
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