En principio todos estamos contra el colonialismo y contra el
patriarcado. Todos defendemos la necesidad de la descolonización y la lucha
antipatriarcal, tanto en el pensamiento crítico como en la actividad concreta.
Es casi imposible encontrar personas, por lo menos en la izquierda y en los
movimientos, que defiendan el machismo y el eurocentrismo colonialista. Sin
embargo, las cosas no son tan sencillas cuando se trata de aceptar que el otro,
y la otra, son sujetos autónomos. Sobre todo si son indios, negros y pobres.
El colonialismo se nos cuela en el alma y en el cuerpo alentado por inercias tan invisibles como el propio patriarcado. Las opresiones, a diferencia de la explotación, no pueden medirse como se mide la tasa de ganancia o la plusvalía. Son relaciones que nos atraviesan, nos modelan, están tanto fuera como dentro de nosotros y, por lo tanto, no se pueden combatir sin involucrarse integralmente. Sin embargo, la opresión es tan estructural como la explotación capitalista y sus efectos no son menos dañinos.
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