Evaluar es juzgar, es decir si algo está bien o no, si cumple con un determinado
valor o no, si es satisfactorio o no; medir es simplemente averiguar cuántas
veces una unidad está contenida en una cantidad. Medir el desempeño de un
maestro significaría, por ejemplo, determinar a cuántas clases asistió en el
año, qué porcentaje del programa cubrió, cuántas evaluaciones hizo a sus
alumnos, etcétera. Pero esos números por sí mismos nada dicen, deben dar paso a
la evaluación, la cual implica fijar un parámetro de comparación, un criterio,
un valor. Y aquí es en donde el problema se complica pues hay que responder
quién (o quiénes), de qué modo y con qué bases determina ese criterio o valor, y
los criterios y valores que deben aplicarse en la evaluación de importantísimos
aspectos que no pueden ser medidos.
Hacer mediciones es, en efecto, una tarea técnica; evaluar es una tarea mucho
más compleja que exige definiciones éticas, filosóficas, políticas y por tanto
no puede quedar sólo en manos de técnicos, deben participar de manera real todos
aquellos que tienen intereses legítimos en el asunto evaluado.
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