La Iglesia y Photoshop

Por Pedro Miguel
Para La Jornada de México
Quiere la tradición católica que las personas que se conducen con santidad a lo largo de su vida pueden recibir, cuando ésta termina, el premio terrenal de la preservación de su cuerpo. Claro que, a la luz de la teología, eso es una mera propina, un pilón de cortesía divina sin mucha trascendencia ante lo verdaderamente fundamental, que es la salvación del alma y la vida eterna en la corte de un señor barbón, todopoderoso y buenísima onda. Creo que Italia, Brasil, Perú y Ecuador encabezan la lista de los incorruptos. En Francia hubo muchísimos, pero en tiempos de la Revolución los jacobinos sacaron las reliquias de las iglesias y las tiraron masivamente al Sena, a otros ríos, a fosas comunes o a la basura.
Hay casos de indudable momificación, como el experimentado por el cuerpo de Santa Rosa de Viterbo, que es paseado en procesión todos los años, desde 1251, el 2 de septiembre, en la localidad a la que debe su apelativo. Luego, hay falsificaciones tan burdas como la del pretendido cuerpo de Santa Narcisa de Jesús (nacida en 1832) que se exhibe en un santuario de Guayas, Ecuador, y que es a todas luces una escultura. Luego está la increíble historia de Bernadette Soubirous, una pastora gascona que dijo haber atestiguado apariciones marianas en Lourdes y fue, por ello, considerada santa incluso en vida. Fallecida en 1879, Bernadette ha dejado de ser una chica más bien feúcha y se ha ido transformando, en el curso de su muerte, en un verdadero cuero, a juzgar por las fotos. Un caso semejante es el de la normanda Santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897), carmelita que realizó dos milagros póstumos: el primero fue derrotar a la misoginia característica del alto clero católico y fue nombrada Doctora de la Iglesia, la tercera mujer que ha conseguido semejante nombramiento en 2 mil años; el segundo fue embellecer de manera notable gracias a la muerte: sus cejas se acentuaron y depuraron, su nariz se volvió respingona, le crecieron las pestañas, su mandíbula se replegó, sus mejillas adelgazaron y sus labios se volvieron carnosos.
Un fraude inocultable es el de Pío de Pietrelcina (1887-1968), cura tramposísimo que fingía milagros, se presentaba con heridas milagrosas en las manos (estigmas) que en realidad eran lesiones autoprovocadas con ácido nítrico, se enriquecía con las limosnas y tenia relaciones sexuales con sus seguidoras más fieles. Pese a ello, murió venerado, sus funerales fueron tumultuosos y en 1999 Karol Wojtyla lo canonizó.
El cadáver de Pío fue primorosamente embalsamado y cuando lo exhumaron, tres décadas después, lo presentaron como un cuerpo incorrupto por motivos milagrosos.
La tarea de preservar un cuerpo humano para que parezca recién muerto es una broncota. Bien lo saben las generaciones de expertos embalsamadores que han cuidado la momia de Lenin y quienes, a pesar de todo, no han logrado impedir que el cuerpo del bolchevique haya llegado a convertirse en un muñeco pelirrojo y chapeado que aparenta una edad dos décadas menor que la que tenía el propio Vladimir Ulianov en el momento de su muerte. A Eva Perón le fue mucho mejor en manos del doctor Pedro Ara, quien hizo con sus restos una verdadera obra maestra de embalsamamiento que le tomó más de un año. La dejó tan guapa que, como lo contaba documentadamente Tomás Eloy Martínez en su novela Santa Evita, un milico perverso se enamoró de ella y la hizo su amante.

No hay comentarios: