Quiere la tradición católica que las personas que se conducen con santidad a lo
largo de su vida pueden recibir, cuando ésta termina, el premio terrenal de la
preservación de su cuerpo. Claro que, a la luz de la teología, eso es una mera
propina, un pilón de cortesía divina sin mucha trascendencia ante lo
verdaderamente fundamental, que es la salvación del alma y la vida eterna en la
corte de un señor barbón, todopoderoso y buenísima onda
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