Un viaje al corazón del México Profundo I/ IV
Andrés Manuel López Obrador
Periódico La Jornada
Lunes 7 de diciembre de 2009, p. 9
Lunes 7 de diciembre de 2009, p. 9
En marzo de este año concluí mi recorrido por los 2 mil 38
municipios de régimen de partido del país, con ese motivo elaboré un texto
llamado El país desde abajo: Apuntes de mi gira por México. El 20 de
noviembre terminé de visitar los 418 municipios indígenas, de usos y costumbres,
del estado de Oaxaca; y ahora hago este relato para compartir mis reflexiones y,
al mismo tiempo, rendir homenaje al gran antropólogo social Guillermo Bonfil
Batalla, defensor del
México profundoy creador de ese concepto.
Desde finales de julio viajé por las ocho regiones de Oaxaca: la Mixteca, la
Cañada, el Papaloapan, la Sierra Norte, la Sierra Sur, la Costa, el Istmo y los
Valles Centrales. Durante este tiempo sólo estuve en la ciudad de México los
lunes porque, de martes a domingo, iba a Oaxaca. Por lo general tomaba como base
una ciudad o pueblo grande, situado estratégicamente, y de allí me desplazaba a
diario para llevar a cabo asambleas informativas en municipios cercanos. Salía
muy temprano en la mañana, celebrábamos en promedio seis reuniones y regresaba
por la noche. En total, recorrí 25 mil kilómetros, la mayor parte de
terracería.
Aunque hubo algunos incidentes –casi todos provocados por órdenes de Ulises
Ruiz Ortiz a través de sus delegados de gobierno regionales, una especie de
jefes políticos del Porfiriato–, en todos lados nos recibieron con bandas de
música y nos trataron con respeto y afecto. Me dieron la confianza al entregarme
bastones de mando, de investirme con camisas de tatamandón, me pusieron coronas
y collares de flores y, como es propio de esta gente buena y generosa, me
regalaron tortillas, totopos, panes, quesos, miel, chiles, frutas, café,
chocolate, mezcal, sombreros, huaraches, petates, jorongos, paños, vestidos
bordados, tapetes, cerámicas, pinturas, alebrijes y esculturas.
Podría contar muchas cosas extraordinarias que apunté en mi diario acerca de
cada uno de los pueblos, pero sólo me ajustaré a tratar en cuatro capítulos esta
gran experiencia: la cultura, la pobreza, el mal gobierno y las posibilidades de
un cambio democrático verdadero con una propuesta de desarrollo y bienestar.
La Cultura
Contrario a la mala costumbre de hablar de la cultura siempre al
final, en este caso, definitivamente no es posible. Si la realidad nacional no
se entiende a cabalidad sin tomar en cuenta la idiosincrasia de los pueblos,
menos podría comprenderse lo que sucede en Oaxaca sin partir de su gran riqueza
cultural.
El de Oaxaca es uno de los pueblos más cultos del mundo. En esta porción del
territorio nacional se conservan valores, costumbres, tradiciones comunitarias,
lenguas y organización social, heredadas de la gran civilización
mesoamericana.
La pregunta obligada es por qué en Oaxaca, más que en otras partes del país,
se ha podido preservar tan viva la cultura originaria. Aunque la respuesta
amerita un amplio estudio antropológico y, desde luego, ese no es mi propósito,
sí puedo plantear algunas hipótesis sobre los factores que hicieron posible esta
continuidad a través de los siglos. Debe considerarse que, al momento de la
invasión europea, los pueblos de Oaxaca mantenían un alto grado de desarrollo;
que la colonización fue menos brutal que en otras regiones del país, entre otras
cosas, por la poca relevancia que alcanzó la minería, que implicaba una mayor
sobrexplotación del indígena en los lugares donde abundaban los metales
preciosos. También pudo haber ayudado que en vez de la esclavitud, se impusiera
el sistema de encomienda, que significaba pagar una renta o tributo al
conquistador, pero sin que perdiera la comunidad el dominio sobre las tierras.
Tal vez pudieron haber influido otras causas como el hecho de que la
evangelización estuvo a cargo, fundamentalmente, de los dominicos, más
respetuosos de los derechos indígenas. Y es muy probable que haya sido decisiva
la resistencia de los pueblos ante la dominación colonial.
Lo que sí sabemos es que en Oaxaca, como en ningún otro estado del país,
desde hace 500 años, los pueblos han mantenido la posesión de las tierras. A
diferencia de otros lugares, no predominaron las haciendas con peones
acasillados. Pese a los cambios que se registraron después de la Independencia,
la Reforma y la Revolución, en la práctica, no se modificó la estructura
agraria. Como consecuencia, actualmente es el estado con más propiedad social.
De los 9 millones 400 mil de hectáreas de su territorio, 62 por ciento son
tierras comunales, 23 por ciento son ejidos y sólo 15 por ciento propiedad
privada.
De modo que a pesar de la dominación occidental, la posesión de la tierra a
lo largo de la historia ha sido un factor decisivo en la conservación de la
cultura de los pueblos. El control del territorio no sólo ha permitido la
subsistencia sino sostener una relación de armonía con la naturaleza, mantener
la medicina tradicional y conservar ceremonias, mitos y leyendas. Hay que tener
en cuenta que los indígenas no conciben la tierra como una mercancía; es mucho
más que eso: es la vida misma y el centro del universo.
Hoy, a pesar del proceso de aculturación o desindigenización impulsado por la
ideología y el racismo dominantes, existen 16 grupos étnicos: zapotecos,
mixtecos, huaves, mixes, chinantecos, cuicatecos, amuzgos, chatinos, chochos
ixcatecos, mazatecos, chontales, nahuas, triquis, zoques, popolocas, además de
los afromexicanos de la región de la Costa. En total, hay cerca de dos millones
de indígenas, que representan 60 por ciento de la población del estado.
Cada pueblo tiene características culturales particulares y expresiones
lingüísticas diferentes. Por ejemplo, los zapotecos viven en la Sierra Norte, la
Sierra Sur, los Valles Centrales y el Istmo de Tehuantepec, con diferencias
culturales muy acentuadas. En la misma Sierra Sur es diferente el zapoteco que
hablan los pueblos de Ozolotepec que el utilizado en la zona de Los Loxichas
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