Texto y fotografía: Moysés Zúñiga
Arriaga, Chiapas.
20 de abril
El
día 17 partió de Arriaga el tren La Bestia con mil 500 migrantes
indocumentados sobre 40 vagones, rumbo a Ixtepec, Oaxaca. El recorrido de 300
kilómetros se realiza en 12 horas, en esta ocasión durante el día con
temperaturas de 40 grados. Cientos de indocumentados no abordaron ese tren por
precaución al ver abarrotados los vagones que cuentan con una rejilla a la que
es más fácil asirse o amarrarse por la cintura para no caer si los vence el
sueño. Ante el temor de sufrir una caída de seis metros de un tren en
movimiento, cientos de posibles viajeros se quedaron por dos días en distintos
lugares para esperar al próximo tren. Algunos esperan en la Casa del migrante
“Hogar de la misericordia” que dirige el presbítero Heyman Vázquez Medina, otros
más en las vías y cercanías del ferrocarril, expuestos a asaltos, y otra buena
cantidad en posadas económicas, incluso pernoctan entre las tumbas y criptas del
panteón municipal.
Mientras esperan a que venga de regreso el tren de Ixtepec, que se descarriló
sin consecuencias graves en su última ruta, los migrantes buscan trabajo
informal en Arriaga para conseguir pesos mexicanos y llamar a casa, comprar
agua, comida y con suerte una linterna. Ante las altas temperaturas, otros se
dan un baño en el diminuto caudal del río Lagarteros.
De Ecuador, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Hombres y mujeres,
incluso embarazadas y algunos niños. Pretenden llegar al centro y norte de
México y a Estados Unidos, “para encontrar trabajo”, a decir de Josefa,
salvadoreña de 26 años que espera el tren en la casa hogar junto con su hijo de
cuatro años.
“Los maras no dejan trabajar, quieren jalar a los niños y maridos, si no se
les unen los matan, en mi colonia mataron a tres niñas por ir a la escuela en un
barrio distinto al suyo, hace pocos días a un niño lo quisieron matar por lo
mismo. Yo quiero que mi hijo estudie porque yo no pude. En mi tierra si la gente
sale de noche, desaparece y luego aparecen muertos sin cabeza, vivimos con miedo
y desesperación. Aquí en México hay gente linda, los negocios están abiertos
hasta la noche. Vengo con mi esposo y suegro, si no, no me hubiera atrevido”.
Josefa cuenta: “Salí de El Salvador hace ocho días, llegué aquí en cuatro
usando combi y caminando, tardamos mucho porque el niño se cansa de caminar y lo
tenemos que cargar, tengo miedo de una violación pero quiero seguir, aquí la
gente regala cosas de vez en cuando para mi hijo. El otro día en el tren iban
más de mil personas y viendo a los mutilados no me quise arriesgar”.
Walter, 25 años, músico: “En El Salvador los maras matan a jóvenes, los
acusan de pandilleros, me perseguían. Tuve un altercado por ser homosexual, me
intentaron violar. Ya viví un año en el Distrito Federal, tenía los papeles para
sacar mi fm2 pero tardé, fui a Tapachula para sacar pasaporte pero los papeles
caducaron, me pedían una carta de oferta de trabajo que no pude obtener y
cerraron mi caso. En el df limpié casas, cuidé a una señora diabética y vendí en
un tianguis. La gente al ver que soy centroamericano siempre me quería cobrar
más y me miraban de manera extraña, también encontré gente buena, hice amigos.
La primera vez fue duro porque es muy difícil ser homosexual y migrante. En
Medias Aguas muchos quieren robarnos, nos golpean y violan, pero tenemos que
viajar en el tren con los delincuentes armados. Paleros les dicen a los
ladrones”.
Una hondureña de 35 años espera al tren: “Soy madre de familia, salí para
mejorar con un amigo, un muchacho que me dejó botada aquí. Era un conocido pero
tomaba mucho, cuando llegamos al albergue se puso a tomar y molestar, lo
corrieron pero no me fui porque no puedo arriesgar mi vida por andar con él. Le
pague diez mil lempiras y aquí me pedía veinticinco mil más, quería venir
comiendo bien, comprando ropa y zapatos, prometió llevarme al DF.
“Tengo miedo de subirme al tren porque cuando lo corrieron y no me quise ir
con él, me amenazó, es amigo de los zetas y tengo miedo de encontrármelo en el
camino, dijo que avisaría a los zetas pa’ que me encuentren, pero Dios siempre
le pone a uno gente buena en el camino. Quiero ir al df y de ahí a Monterrey
pero no más arriba. Nunca me he subido al tren, me da miedo caerme.
Un empleado de Ferrocarril del Itsmo de Tehuantepec, empresa que transporta
harina de Minsa, cemento de Cemex y granos de Conasupo cuenta que a pesar de ver
cotidianamente desde hace cinco años a los cientos de indocumentados que trepan
los vagones, se sigue sorprendiendo al ver los enormes grupos de personas que
caminan por las vías cuando la máquina llega.
Al atardecer del jueves 19 por
fin llega la locomotora de La Bestia, reúne los vagones de las empresas
mencionadas y los transfiere de cuatro carriles a una línea principal. Tras el
primer pitido, de inmediato abordan “los mejores” vagones quienes esperaron en
las vías calientes y a la sombra de los escasos árboles. Los vagones óptimos son
los que tienen escaleras completas para llegar al techo, dos pasillos con
perforaciones dentadas para mejor agarre de los zapatos. Los migrantes usan
cartones como colchonetas; los más precavidos llevan un lazo para amarrarse por
la cintura en caso de quedar dormidos en algún momento de las doce horas a
Ixtepec. Es necesario llevar la mayor cantidad posible de agua pues el metal se
pone caliente. A veces el viaje es al sol; ésta vez será de noche, con ráfagas
que tambalean a cualquiera al cruzar La Ventosa.
En los vagones “seguros” viajan mujeres, parejas y familias, algunas con
niños muy pequeños; también los más precavidos y experimentados. Sentados en los
primeros sitios, algunos festejan con una cerveza en lata, llaman a casa desde
sus celulares para anunciar que están por partir.
En los vagones posteriores suben los “mecateros”, que se sirven de un lazo
para ir escalando a falta de escalera. En el techo de esos vagones no hay una
sola saliente para asirse. El tren va a tope; entre los indocumentados se
infiltran los “halcones”, informantes de los traficantes o polleros. Su labor es
investigar en qué condiciones viajan los centroamericanos, cuánto dinero traen o
cuánto podrían conseguir con sus familiares vía telefónica para ser
extorsionados en el camino.
Conforme pasan las horas y el trabajo de unión de los contenedores avanza,
aparecen “de quién sabe dónde” grupos de 50 a 100 jóvenes en el lado opuesto,
ocupando la vía. Cargan mochilas. Optimistas los más chicos, sonríen, vestidos a
la última moda centroamericana, gorras con estampados brillantes y tenis.
Dirigen señas y muecas a las cámaras de televisión y los fotógrafos que
acudieron a registrar esta escena que desde 2005 no se había repetido. Un éxodo
poco común dicen algunos. Sobre las vías, mujeres de Arriaga venden agua mineral
a diez pesos, afocadores a treinta, tortas, comida casera. Unos misioneros
mormones aprovechan para predicar un poco. Flashes. El tren se va.

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