Aprender a morir-Respuestas a temas tabú

 
 

Respuestas a temas tabú

Hernán González G.
 
El problema con el ogro filantrópico, como llamó Octavio Paz al Estado del siglo XX, al afirmar que es una fuerza más poderosa que la de los antiguos imperios y un amo más terrible que los viejos tiranos y déspotas... es que, fascinado con ese poderío, el Estado se cree sus propias mentiras, comulga incluso con las ruedas de molino que se inventa y obtiene unos resultados tan mediocres como magnificados por sus incontables voceros y socios.

Invoca los derechos de los niños y desde siempre el derecho en abstracto y supone que lo preserva, lo imparte y lo practica por el mero acto de legislar, de emitir leyes y reformas y de alardear de las bondadosas instituciones encargadas de aplicar esas leyes. Los bozales de la corrupción y las complicidades, entre otras evidencias, se encargan de desmentir al Estado y de exhibir su filantropía cínica, nutrida en buena medida por una ciudadanía manipulada y aturdida ante su propia realidad, al grado de confundir asistencialismo con justicia comprometida.

Con relación a la columna anterior (¿Eutanasia infantil? , La Jornada, 31 de marzo de 2014) hubo respuestas impublicables y otras que lograron anteponer el cerebro a la víscera, pues el miedo no anda en burro. Desde ¿A dónde va a llegar el mundo con este libertinaje en materia legislativa y de menosprecio a la vida?, hasta Qué bueno que se ocupen de estas situaciones desesperadas... Las enfermedades insoportables e incurables no conocen edad, sexo ni condición social, pasando por De verdad es un tema difícil pero insoslayable, lo entiendo pero no lo apruebo, o Pienso que en nuestro país es mucho pedir a una sociedad ignorante y mayoritariamente católica.

Aquí cada año aumenta el suicidio entre los jóvenes y al sistema le vale madres, Hay que difundir y capacitar con comités de ética y similares que nos ayuden a mejorar nuestros criterios respecto del dolor y el sufrimiento, La esperanza es lo último que muere y como madre me aferraría a la más mínima posibilidad de un milagro.

Y esta última: “Con el dulce egoísmo que nos caracteriza como madres, pretendemos compartir el dolor de un hijo hasta que Dios quiera, como si compartirlo lo aliviara. Preferimos el dolor ajeno y el propio como si los pequeños que sufren no tuvieran también derecho al alivio definitivo, pues aparte de la desgracia de no ser sanos, tienen además que padecer el ‘amor’ de los padres y el atraso legislativo”.

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