Los estadunidenses somos increíblemente buenos para matar. Creemos en matar como forma de conseguir nuestros objetivos. Tres cuartas partes de nuestros estados ejecutan criminales, pese a que los estados que tienen las tasas más bajas de homicidios son por lo regular los que no aplican la pena de muerte.
Nuestra tendencia a matar no es sólo histórica (el asesinato de indios, de esclavos y de unos a otros en una guerra
civil): es nuestra forma actual de resolver cualquier cosa que nos inspira temor. Es la invasión como política exterior. Sí, allí están Irak y Afganistán, pero hemos sido invasores desde que
conquistamos el salvaje oestey ahora estamos tan enganchados que ya no sabemos qué invadir (Bin Laden no se ocultaba en Afganistán, sino en Pakistán) ni por qué invadir (Saddam no tenía armas de destrucción masiva ni nada que ver con el 11-S). Enviamos a nuestras clases bajas a hacer las matanzas, y los que no tenemos un ser querido allá no gastamos un solo minuto de un solo día determinado en pensar en la carnicería. Y ahora enviamos aviones sin pilotos a matar, aviones controlados por hombres sin rostro en un lujoso estudio con aire acondicionado en un suburbio de Las Vegas. Es la locura.
2. Somos un pueblo que se asusta con facilidad y es fácil manipularnos con el miedo. ¿De qué tenemos tanto miedo que necesitamos tener 300 millones de armas de fuego en nuestros hogares? ¿Quién creemos que va a lastimarnos? ¿Por qué la mayoría de esas armas están en hogares de blancos, en los suburbios y en el campo? Tal vez si resolviéramos nuestro problema racial y nuestro problema de pobreza (una vez más, número uno en el mundo industrializado) habría menos personas frustradas, atemorizadas y encolerizadas extendiendo la mano hacia el arma que guardan en el cajón. Tal vez nos cuidaríamos más unos a otros
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