Andrés Manuel López Obrador – II
En todo el país la gente del pueblo es buena y trabajadora. Los
norteños son muy emprendedores. Por lo general, son serios, poco expresivos,
pero muy respetuosos. En las asambleas escuchan atentamente, no aplauden con
facilidad, actúan como ciudadanos en sentido clásico, son más razón que pasión.
La gente más progresista del norte es la de Nayarit, Sinaloa, La Laguna, el sur
de Sonora, Colima y las Baja Californias. También lo son quienes viven en las
ciudades fronterizas, posiblemente por el fenómeno migratorio. En Michoacán, por
su gran cultura purhépecha y por las enseñanzas de Morelos, Ocampo, Mújica y el
general Lázaro Cárdenas, la gente es liberal y de vocación social bien
arraigada. Jalisco, contra lo que se piensa, no es conservador, le ayuda la
influencia de Michoacán, su población de origen indígena, el carácter abierto de
los costeños, y el espíritu cosmopolita de Guadalajara.
En el centro del país predomina la influencia de la gran ciudad de México.
Mucha gente de los estados más cercanos ha emigrado al Distrito Federal y
mantiene comunicación con familiares que todavía viven en pueblos de San Luis
Potosí, Querétaro, Hidalgo, estado de México, Guanajuato, Michoacán, Puebla,
Tlaxcala, Morelos, Oaxaca y Veracruz. En toda esta región predominan las
culturas indígenas, la población es trabajadora y generosa. Mención especial
merecen los habitantes de la ciudad de México, los más progresistas del país,
los más informados y politizados pero, sobre todo, los más solidarios. Mi
admiración y respeto a los guerrerenses por su ejemplar vocación de lucha.
Siempre han demostrado su amor por la libertad y la justicia. Los habitantes del
sureste son festivos y están llenos de pasión. Alguien dijo que un tabasqueño
vive en un día las pasiones, los amores, las desdichas y las alegrías, que le
llevaría un año experimentar a otros seres humanos.
Un país abundante en pobreza
En México los más pobres son los indígenas de todas las regiones y
etnias. Fue tan cruel la conquista y la colonia que, en pos de la libertad y de
sus culturas, y para salvarse de la esclavitud y la encomienda, se fueron
remontando a las partes más alejadas e inhóspitas del territorio. Es el caso de
los huicholes, coras y tepehuanes de las sierras de Jalisco, Zacatecas, Durango
y Nayarit; el de los tarahumaras de Chihuahua, de los yaquis de Sonora, el de
los náhuas de las montañas de Puebla, o de los chontales de los pantanos de
Tabasco. Como sabemos, todos los pueblos originarios estaban asentados en los
mejores valles o en las franjas costeras y con la colonización se les despojó de
sus tierras y se fueron a proteger a zonas inaccesibles,
de refugio.
No sólo padecieron durante la colonia, sino después de la independencia y
hasta el porfiriato en que eran acosados por enganchadores para ser convertidos
en peones acasillados de las haciendas. Desde la conquista, la explotación del
indígena siempre se ha querido justificar con una supuesta inferioridad racial.
Este pensamiento, desgraciadamente, aún persiste. Con frecuencia se olvida que
la pobreza no es producto ni de la raza, ni de la fatalidad, ni del destino, ni
porque Dios quiere, sino de la injusticia y de la opresión.
La pobreza está por todas partes del país, aunque es más agobiante en las
comunidades indígenas del sur y del sureste. Hay mucha pobreza en pueblos como
San Juan Cancuc, Chalchihuitán y Chanal, en la zona de Los Altos en Chiapas;
duele lo que sucede en muchos municipios y comunidades de Oaxaca; inclusive, en
la región de la costa, donde habita población afromexicana que vive en el
abandono.
Recuerdo que por un camino de terracerías, llegamos una tarde-noche a
Tapextla, comunidad cercana a Cuajinicuilapa, en la zona limítrofe entre Oaxaca
y la Costa Chica de Guerrero. Allí, a pesar de la marginación, conservan su
cultura y sus bailes tradicionales, zapatean arriba de un tronco hueco de árbol
de parota, llamado artesa. En todas las comunidades pobres de México, lo único
que no les falta es la música; sea con violín como en Chiapas, o con bandas como
en Oaxaca o en la Montaña de Guerrero. En mi visita a Cochoapa, Guerrero,
municipio de nueva creación –que surgió al dividirse el territorio de
Metlatónoc, considerado el más pobre del país–, me impactó tremendamente el
silencio de la gente. Me recibieron con música de banda de acordes tristísimos.
Allí me llené de sentimientos. Les dije despacio que nuestra lucha se resume en
una frase: arriba los de abajo, arriba los pobres y abajo los privilegios.
También hay mucha pobreza en la sierra de Zongolica, Veracruz; en la sierra
de Hidalgo y Puebla, y en las Huastecas; lo cierto es que la pobreza está
extendida por todo el país.
La despoblación del campo
En los tiempos de la política neoliberal o de pillaje, el
sur-sureste se ha vuelto como Centroamérica y el norte se ha empobrecido como
era antes el sur-sureste. Durango es el estado con más pobreza en el norte.
Recientemente estuve en Benjamín Hill, Sonora, que antes de la privatización de
los ferrocarriles era una importante estación del tren; ahora es un pueblo
desolado, con población desempleada, y esto se repite en muchos otros municipios
de esa región. No olvidemos que en los últimos 26 años, el modelo económico
impuesto ha consistido en la creación de islotes de progreso rodeados de
pobreza.
La mayor parte del territorio nacional se despobló por el abandono al campo y
la gente se ha ido a vivir y a buscarse la vida al extranjero, a ciudades
fronterizas, a centros turísticos y a algunas ciudades del interior del país. De
los 2 mil 38 municipios que visité, la mitad tiene ahora menos población que en
1980.
Por el fenómeno migratorio hay pueblos abandonados o donde sólo viven
ancianos, mujeres y niños, porque los jóvenes han salido a buscar oportunidades
a otras partes o del otro lado de la frontera. Este éxodo ha servido como
válvula para aminorar la presión y evitar un estallido social. Imaginemos lo que
hubiese pasado si durante este largo periodo de estancamiento económico y
desempleo no hubiesen ido a buscarse la vida a Estados Unidos 8 millones de
mexicanos. Ha sido doloroso e infame este exilio forzado por la necesidad de
muchos compatriotas, pero al mismo tiempo, ha sido un factor de estabilidad
política y social. Además, ha permitido que ingresen remesas anuales por más de
20 mil millones de dólares, en beneficio de las familias de nuestros paisanos y
de la economía de los pueblos en muchas regiones. Gracias a la migración, en
zonas tradicionalmente pobres de México, como el Valle del Mezquital en Hidalgo
o la Mixteca poblana, oaxaqueña y guerrerense, se ven mejoras importantes en las
viviendas que ningún programa gubernamental ha propiciado.
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