El Fín de La Infancia

El fin de la infancia, por Arthur C. Clarke

Un buen día, una serie de naves espaciales comandadas por seres que jamás se dejan ver se posan sobre la Tierra. Proceden de un lugar muy lejano y en un principio no se comunican con los terrestres, pero poco a poco comienzan a abrirse, e inician un diálogo con el presidente de las Naciones Unidas (o más bien con su equivalente en aquella época). El mundo, aunque ha mejorado notablemente, sigue siendo un lugar como el que conocemos: Con guerras, con injusticia, con hambre, con oprimidos y con opresores, con personas cuyo afán de lucro los hace pasar sobre los derechos de los demás: Tal y como siempre hemos sido los humanos y como probablemente sigamos siendo hasta el final de los tiempos.

Bueno, pues estos seres, que no se dejan ver ni siquiera por el único interlocutor (el ya mencionado presidente de las Naciones Unidas) tienen intenciones de quedarse. Sus enormes naves orbitan la tierra durante días, luego semanas y, finalmente, durante años. Poco a poco, comienzan a influir, para bien, en el desarrollo de los acontecimientos terrestres: Las guerras se acaban, y lo mismo sucede con las hambrunas, con la injusticia, y el mundo se vuelve un lugar más disfrutable, más placentero. La gente trabaja porque quiere, no por necesidad, y todas las necesidades de los humanos se encuentran satisfechas hasta el último punto, lo cual da lugar a que los humanos, a pesar de que se sientan invadidos por estos sujetos sin cara y sin cuerpo, se vayan acostumbrando a su presencia. Los llaman “superseñores” y aunque la Tierra experimenta un auge que jamás había tenido en su historia, también resulta que la raza humana deja de ser creativa. Con todas las necesidades cubiertas y mucho tiempo libre, computadoras capaces de resolver cualquier problema y sin ninguna sensación de inseguridad, los hombres se vuelven algo indolentes, aunque el bienestar es mayúsculo para la gran mayoría de los habitantes de este planeta.

Se plantea, por supuesto, un gran conflicto: Libres y autodestructivos o controlados y felices. Gana la segunda posición, pero la curiosidad por la apariencia de estos “superseñores” persiste, y cuando el interlocutor con estos seres les propone que se muestren ante los habitantes de la Tierra, responden que lo harán en 40 años. Para entonces, las ventajas de la convivencia con estos alienígenas los harán aceptar su aspecto, cualquiera que este sea y esto hace sospechar a los terrestres que en el pasado hubo ya un encuentro con estos eternos vigilantes y que dicho encuentro no fue del todo grato.
Y cuando el plazo se cumple y el primero de los “superseñores” baja de la nave, la sorpresa no pudo ser mayor, pues eran la viva imagen del demonio, con alas, cola terminada en punta de flecha y todo. Ese demonio que ha ilustrado las imágenes del mal desde épocas inmemoriales. Pero al mismo tiempo que los extraterrestres se muestran tal como son, comienza a haber un fenómeno de lo más extraño: Los seres humanos (los niños) comienzan a cambiar, transformándose en mente pura, libres de las ataduras biológicas, y voluntariamente son llevados a un lugar conocido solo por los extraterrestres y la vida en la Tierra desaparece, por lo menos en lo que respecta a la vida humana. El fin de la infancia de la humanidad ha llegado y la tarea de los superseñores se ha completado satisfactoriamente. El mundo regresa a un estado primitivo donde una raza de seres humanos casi cavernarios pueblan un mundo que no comprenden. Se revela entonces el fin verdadero de la humanidad, un fin mucho más elevado que el de estos vigilantes que en realidad son simples niñeras de una estirpe mucho más poderosa que ellos mismos, ya que a pesar de su gran inteligencia, estos alienígenas no poseen el potencial de la raza humana de formar una supermente

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