En el caso de México, seamos o no católicos, hay que reconocer que una de las grandes fuerzas espirituales ha sido la devoción guadalupana. Esa devoción perpetúa lo espiritual de lo sagrado cósmico femenino, que siempre ha estado presente en México. Lo prehispánico se actualiza a través del sincretismo que se vive tras la conquista. Esa imagen es al mismo tiempo cristiana y prehispánica. Es Tonantzin-Guadalupe, nuestra madre cósmica.
México necesita
recuperar los arquetipos históricos de los guerreros espirituales, generados en sus momentos de mayor esplendor, con los olmecas, teotihuacanos, toltecas, mayas o zapotecas.
“Un guerrero espiritual –prosigue Velasco Piña– es una persona que logra tal poder, energía y respeto que no necesita utilizar la violencia para establecer el orden. Hablamos de un orden humano y social acorde con el orden cósmico. En México aún los tenemos, gracias a nuestros guardianes de tradición.”
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