El Aguila Mexicana

Los símbolos son el crisol de la tradición y de la historia; identifican a los pueblos con su pasado, con sus orígenes. En torno a ellos se va creando la identidad de las naciones.

El águila mexicana nos remonta a la fundación de Tenochtitlán por los aztecas, cuando según la leyenda ancestral “divisaron el tunal y, encima de él, el águila con las alas extendidas hacia los rayos del sol…” Al verla los antiguos mexicanos le hicieron una reverencia “como a cosa divina. El águila los vio bajando la cabeza y ellos empezaron a llorar”. Era la señal anunciada por sus dioses para establecerse; fue el fin de su vida nómada.

El águila ha sido considerada universalmente como símbolo celeste y solar. También en la cosmogonía azteca se le identificó con el sol, máxima divinidad creadora, símbolo de orgullo.

Las águilas de los mexicas aparecen solas sobre un tunal que brota de la roca o con un pájaro en la garra derecha de plumas resplandecientes de diversos colores. También aparece con los glifos del agua y del fuego que juntos constituyen el símbolo de la guerra, como figura en el monolito del teocalli. Pero no aparece devorando a una serpiente, ya que entre los antiguos mexicanos ésta era un ser extraordinario, misterioso y fascinante, mágico, a la que admiraron y divinizaron. Su culto se extendió a toda Mesoamérica antes de la Conquista. Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, fue una divinidad creadora de cultura y artes, de la rectitud del pensamiento. En cambio, en la cultura mazdeísta, y posteriormente en la cristiana, la serpiente representa al mal, por ello el águila, que simboliza el bien, la devora. Así las encontramos en las cruces procesionales españolas de los siglos XV y XVI (en el Museo Arqueológico de Madrid).

En el Códice de Fray Diego Durán se representaron ambas. Primero, el águila sola, después, con la serpiente. El tlacuilo que ayudó a Durán a ilustrar su obra, la representa en la primera lámina con el glifo de la guerra, pero Durán la relaciona con el águila cristiana que devora a la serpiente y así se la representa posteriormente en el mismo documento. De esta forma se dio la interpolación cultural, entre la tradición europea y la indoamericana, el sincretismo entre creencias de los antiguos mexicanos y del catolicismo español.

No obstante, el águila mexicana fue proscrita en la Nueva España por el obispo virrey Juan Palafox y Mendoza, quien en 1642 propuso al cabildo del ayuntamiento que se quitaran el águila, la serpiente y el tunal, que solían ponerse en el escudo de armas de la ciudad, y que se sustituyeran por imágenes religiosas de lealtad “al Dios y al Rey”.

Aunque se quitó el águila hasta de la pila de la Plaza Mayor, el emblema no tardó en renacer. En el siglo XVIII la Virgen de Guadalupe se representó transportada por el águila mexicana. En la guerra de Independencia el estandarte de José María Morelos fue el Águila Mexicana, sin serpiente.

Fue en 1823 cuando se estableció que el escudo nacional sería el Águila “que usaba el Gobierno de los Primeros Defensores de la Independencia”. Un águila sin corona para distinguirla de la del primer Imperio y también de las de otras naciones, “el águila de frente con la cabeza enhiesta mirando a lo alto”. Se le representó con alas extendidas, y sobre el nopal, que afirma su mexicanidad, pero con la serpiente.

A lo largo del siglo XIX los artistas fueron cambiando su posición, la presentaron de perfil con gorro frigio, o nuevamente coronada durante el Segundo Imperio o afrancesada durante el porfirismo. Después de la Revolución, Venustiano Carranza inició su reglamentación, pero fue hasta el gobierno de Miguel de la Madrid que se estableció la Ley de Símbolos Patrios para que el escudo nacional tuviera siempre la misma representación

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