Otra Vela Para La Sombra...
Madrugada. Arriba la luna sigue en su deslavado desnudarse de la luz azul que la viste. La oscuridad le perdona la cicatrices y le ofrece, generosa, otro velo para su impudicia. Abajo la sombra se acurruca en el... último rincón de su desvelo.
Eso que se levanta, ¿es un viento o un puente buscando lejos la otra orilla para acabar de tenderse?
Un suspiro, tal vez.
Y otra vez la duermevela y sus ilusiones: una serpentina suspirada y liada en un cuello ausente, el ansia levantándose y hundiéndose en el bajo vientre, el leve respirar de la sombra en el oído de la noche, el deseo vistiendo la morena luz de la penumbra, un beso largo y húmedo en los otros labios, la mano escribiendo una carta que nunca llegará a su destino:
Daría lo que fuera por enredarme entre sus piernas, por confundir nuestras humedades, por desgastarme en la luna hendida de sus caderas. Daría lo que fuera, menos dejar de hacer lo que es mi deber hacer.
Amanece.
El sol empieza a ayudar a las casas y edificios en su lánguido inclinarse a occidente.
El otro Jalisco afila la palabra y afina el oído.
Afuera preguntan:
“¿Listo?”.
Adentro la sombra dobla con cuidado el ansia, la pone en el bolsillo izquierdo de la camisa, cerca del corazón, y responde:
“Siempre”.
Maldito Subcomandante Insurgente Marcos.
DESQUICIADO
Madrugada. Arriba la luna sigue en su deslavado desnudarse de la luz azul que la viste. La oscuridad le perdona la cicatrices y le ofrece, generosa, otro velo para su impudicia. Abajo la sombra se acurruca en el... último rincón de su desvelo.
Eso que se levanta, ¿es un viento o un puente buscando lejos la otra orilla para acabar de tenderse?
Un suspiro, tal vez.
Y otra vez la duermevela y sus ilusiones: una serpentina suspirada y liada en un cuello ausente, el ansia levantándose y hundiéndose en el bajo vientre, el leve respirar de la sombra en el oído de la noche, el deseo vistiendo la morena luz de la penumbra, un beso largo y húmedo en los otros labios, la mano escribiendo una carta que nunca llegará a su destino:
Daría lo que fuera por enredarme entre sus piernas, por confundir nuestras humedades, por desgastarme en la luna hendida de sus caderas. Daría lo que fuera, menos dejar de hacer lo que es mi deber hacer.
Amanece.
El sol empieza a ayudar a las casas y edificios en su lánguido inclinarse a occidente.
El otro Jalisco afila la palabra y afina el oído.
Afuera preguntan:
“¿Listo?”.
Adentro la sombra dobla con cuidado el ansia, la pone en el bolsillo izquierdo de la camisa, cerca del corazón, y responde:
“Siempre”.
Maldito Subcomandante Insurgente Marcos.
DESQUICIADO
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