José Revueltas

Fragmento de Los Días Terrenales

Allá, por entre las cortinas de su alcoba, la mujer que se mira en el espejo sonríe, se vuelve, habla con su soledad, se hace ofrecer mil clases de aventuras y luego se toma la cabeza entre las manos, en la... actitud de una tarjeta postal. Así semidesnuda, los codos hacia arriba, es de una gracia infinita, pero de pronto se deshiela, parece tomar una decisión y con ambas manos hace girar la cabeza sobre su propio eje unas veinticuatro veces, cual la cabeza de un maniquí; se la arranca con suavidad como quien se desprende una espina de pescado de la dentadura, y luego la coloca bajo su axila, igual al guerrero que se quita el casco, sonriendo, atrozmente sonriente, sin que la decapitación, empero, haya dejado una sola gota de sangre en el punto donde el cuello fue separado del tronco. El pañuelo que pasa por la calle despidiéndose de alguien y de súbito llora, a pañuelo vivo, porque alguien no está en la ventana. El cartero triste, un poco soñador y otro decepcionado, que después de doblarlo cuidadosamente en cuatro arroja en el buzón, sin miedo pero tampoco sin que sus pies toquen ninguna superficie, el cuerpo de un fantasma verde que exclama he muerto, he muerto, he muerto. Las azoteas. Dos senos pendientes del tendedero. Una sábana completamente nupcial que se agita en el aire.

Maldito José Revueltas
DESQUICIADO
 

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