José Joaquín Blanco

Todas las canciones son iguales: cuentos de hadas del amor, ensoñaciones cursis y delirantes del sentimiento y del erotismo…

La maldita primavera de la balada romántica en México


La emergencia de la balada romántica en México está marcada por la necesidad autoritaria de sembrar sentimientos nobles en un país que acaba de ser testigo a medias de dos matanzas de estudiantes, que quieren olvidarse por decreto. Los estudiantes asesinados por el régimen en Tlatelolco en 1968 y por el halconazo de 1971 son motivo para exigir al menos un cambio de sensibilidad cultural. Este cambio puede ser visto ahora como el inicio de la lenta agonía del viejo sistema de alianzas políticas y culturales surgido de la Revolución mexicana. El baladismo en México de los años setenta se encarga también de conducir el proceso de modernización emocional, que reclama signos más complejos dentro de lo estructuralmente permitido.
 
Sobre el ímpetu homogeneizador de la balada romántica y su avalancha de utopías cotidianas, José Joaquín Blanco afirma: “Todas las canciones son iguales: cuentos de hadas del amor, ensoñaciones cursis y delirantes del sentimiento y del erotismo… El baladismo es un humanismo: en las canciones la gente no es fea ni panzona, desconoce el mal aliento y el pie de atleta, y se comporta aristocráticamente, es decir: no saca a colación vulgaridades como la renta, las deudas, el odio al capataz oficinesco…”
 
Una poderosa imagen que inaugura la nueva época y al mismo tiempo liquida la inocencia y candidez emocional de los años sesenta es la del joven José José cantando “El triste”, de Roberto Cantoral, en la final del Festival OTI de 1970. “José José empezó a cantarle ya no a mi Novia Popotitos ni a un chico Ye-Yé sino a una –¡oh!– amante… Con José José la canción se puso caliente; tardó algunos años para romper convenciones –y ya que otros (los españoles, sobre todo) se habían puesto más explícitos–, pero desde un principio mostraba que el mercado exigía una sexualidad más moderna, incluso agresiva, y a la vez decente, y siempre romántica”, anota el mismo José Joaquín Blanco.
 
José José es la muralla de la época, el signo de la desbandada romántica, el que desde su condición de intérprete de la totalidad del amor introduce modulaciones trascendentales a sentimientos básicos como el miedo a los prejuicios más agresivos de la época, el entusiasmo saturado de candor, la venganza sentimental, las frustraciones en la gran ciudad, la lástima y la ternura lacrimosas, siempre desde la perspectiva del que sacraliza las pasiones para darle un espacio de redención a la figura del “amante”. José José también es telúrico y su enunciación volcánica refuerza una sinceridad desgarrada; no la del cinismo del que engaña sino la del hombre derrotado por su propio destino, aquél que fue “de todo y sin medida”. Después de él vienen todos. Juan Gabriel, Emmanuel, Napoleón, y así se suceden en el juego de tronos de las décadas de los ochenta y noventa: Luis Miguel, Mijares, Alejandro Fernández, Marco Antonio Solís, Joan Sebastian, entre una lista infinita de figuras románticas con destinos sellados también por la televisión comercial y la cultura de masas.
 
Destaca en este cuadro de unificación sentimental lo que se podría entender como el inicio mediático de la inversión emocional y cuasi ideológica del machismo en México. Lupita D’Alessio encabeza la avanzada sentimental que no logra romper los límites del patriarcalismo, pero sí modernizar el yugo femenino al darle una apariencia de cierta libertad emocional. Esto coincide con la segunda oleada del feminismo en México.
 
Al separar drásticamente el ámbito emocional femenino de la redención misógina de las baladas cantadas por hombres, se adquiere un espacio de enunciación propio para las cantantes mujeres. Sin ser todavía una abierta batalla romántica entre géneros, la balada cantada por mujeres en los años setenta y ochenta reclama un ámbito de libertad que en ningún caso es emancipación; más bien dulcifica estereotipadamente las emociones con cierta actitud también volcánica.
 
En 1971, Lupita D’Alessio canta: “Cenicienta, buenas noches,/ Cenicienta…/ son las doce de la noche en tu reloj,/ el encanto se acabó/ tu pareja se perdió.” Tal parece que la D´Alessio anuncia, con el uso candoroso de esta fábula romántica de una Cenicienta post-matanza de Tlatelolco, la liquidación de la era de la candidez al estilo Angélica María (“A dónde va nuestro amor,/ cariño mío”). La novia de México es relevada generacionalmente por la amante despechada cuya representación es la de una “leona dormida”. La década plena de esta transformación sentimental es la de los años ochenta. Desde cierto tremendismo exaltado, Lupita D’Alessio registra este cambio de época cuyo emblema es la madurez y la “revolución” de la intimidad que deja la separación: “Hoy voy a cambiar,/ revisar bien mis maletas/ y sacar mis sentimientos/ y resentimientos todos./ Hacer limpieza al armario,/ borrar rencores de antaño/ y angustias que hubo en mi mente/ para no sufrir por cosas tan pequeñitas./ Dejar de ser niña para ser mujer.” “Mudanzas” (1981) es el himno popular a la mano para expresar precisamente la mudanza del enfoque de género en el registro mediático de la balada romántica.
 

“integración sentimental latinoamericana”.

 
Sin lugar a dudas, la balada romántica de los años setenta y ochenta ha sido uno de los elementos claves para el proceso que Jesús Martín-Barbero identifica como la “integración sentimental latinoamericana”. Es el comienzo de un fuerte proceso de mercantilización de los sentimientos y de diversificación a gran escala de los productos propios del melodrama (baladas y telenovelas); es la danza de las personalidades (cantantes y actores) que paulatinamente se van despojando de lo innecesario en la industrialización global del espectáculo melodramático: en nombre de este crecimiento desmesurado, pierden ciertos rasgos y capacidades artísticas para privilegiar lo estrictamente “vendible”. Se cae en la trampa de afirmar que todo pasado melodramático fue mejor. El capitalismo del melodrama latinoamericano termina de desbordar lo nacional y paulatinamente genera la ilusión de que es nuestra gran industria transnacional –junto con el narcotráfico, se dice en ocasiones con cierto chovinismo extraviado. En todos los países latinoamericanos se escenifica y crece vertiginosamente la balada romántica, esta variable musical del melodrama y, por momentos, parece irreversible su presencia casi asfixiante en los mass media.
 
¿Quiénes son algunos de los mártires fundadores de la balada romántica en América Latina? En Argentina: Leo Dan, Sandro de América, Palito Ortega, Diego Verdaguer. En Brasil: Roberto Carlos, Nelson Ned, que para integrarse al gran mercado latinoamericano tienen que cantar también en español y no sólo en portugués. En Chile: Lucho Gatica, Los Ángeles Negros. En Venezuela: José Luis Rodríguez el Puma, Los Terrícolas.
La balada romántica de los años setenta y ochenta, su impacto arrasador y su modernización de los sentimientos populares estrictamente mediáticos, son parte de nuestra historia emocional contemporánea. Una historia que también nos habla indirectamente de los efectos que dejan en nuestras sociedades los sistemas culturales y políticos más autoritarios. Es el registro de una transformación emocional que fue interpretada de manera desbordada, siempre con el pudor propio de una época rigurosamente melodramática o con una ausencia profunda de sentimientos genuinamente trágicos
 
 

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