“Nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo”, escribió George Orwell en su novela 1984.
De igual manera, en 1984, había un gran enemigo, Goldstein, del que se hablaba diariamente en las noticias, incluso tenía una sección especial: los Dos minutos del Odio. Nadie sabía donde se escondía ni cuáles eran a ciencia cierta sus planes de resistencia; la información del partido oficial sólo se esforzaba en enfatizar la maldad del gran enemigo Goldstein, y en generar un sentimiento de tipo patriótico y una euforia agresiva en contra de su imagen. Con ese pretexto, las telepantallas se entrometían en cualquier resquicio de la intimidad de los ciudadanos.
Quien dudara de la existencia del gran enemigo Goldstein; de la verdad de las noticias del Diario; de la eterna guerra contra Eurasia; quien tuviera relaciones sexuales sin motivos reproductivos; quien tuviera libros de historia que no hubieran sido publicados por el Ministerio de la Verdad; quien pusiera en duda cualquier aspecto del Gran Hermano, se convertía inmediatamente en blanco de la Policía del Pensamiento, cuya herramienta principal de vigilancia eran las telepantallas.
Incluso la persecución que sufre Winston Smith por la Policía del Pensamiento podría tener cierta similitud con el interés que ha tenido Washington sobre Julian Assange y ahora Edward Snowden, quien tal vez no trabajó para el Ministerio de la Verdad, como Smith, pero sí, para la CIA.
“Esta columna muy posiblemente ya fue revisada por el gobierno de Estados Unidos antes de ser publicada y los lectores de este periódico, al igual que millones de personas en el planeta, que hayan utilizado servicios cibernéticos o telefónicos para comunicarse, ahora tendrán que suponer que también están bajo vigilancia”, escribió David Brooks
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