Por:Javier Flores
Toda la materia visible, de la que están hechas las estrellas y
nosotros mismos, está formada por átomos cuya estructura básica es un núcleo
rodeado por una nube de electrones. Dependiendo de sus características, forman
todos los elementos conocidos, como el hidrógeno, el oxígeno, el sodio, el
cloro, etcétera, los cuales al unirse forman moléculas como el agua, la sal y
estructuras tan complejas como los planetas y las galaxias o las células del
cerebro humano. Así, en el nivel atómico se encuentran las claves para entender
cómo está formado el universo, cómo se originó y, por decirlo de algún modo,
cuál es su destino.
Originalmente se pensó que los átomos eran indivisibles; sin embargo,
actualmente se sabe que no es así. Los elementos constituyentes del núcleo
atómico (protones y neutrones), por ejemplo, están formados a su vez por
elementos más pequeños (los quarks). De este modo, la estructura del átomo es en
realidad una constelación de corpúsculos microscópicos, algunos de los cuales,
hasta donde sabemos, ya no pueden dividirse, y se les conoce como partículas
elementales. Hay dos tipos básicos: los fermiones y los bosones.
Durante el siglo XX se demostró la existencia de gran variedad de partículas,
entre ellas los quarks ya mencionados (de los que hay seis variedades), los
neutrinos (con tres tipos diferentes) y los leptones (que incluyen, además de
los ya conocidos electrones, a los muones y los tauones). A todos ellos se les
denomina en conjunto fermiones, en honor al genial físico italiano Enrico Fermi
(1901-1954), y son, por decirlo así, la materia que integra los átomos.
Un aspecto muy importante es cómo interactúan o, dicho de otra manera, cómo
funcionan estos fermiones (en una especie de fisiología atómica, si se me
permite el símil). Para ello se requiere de otras partículas que actúan de
intermediarias y éstas son los bosones, llamados así para honrar al físico hindú
Satyendra Nath Bose (1894-1974), de los cuales se han identificado con certeza
seis (fotón, gluón, W, Z, pión y kaón). Los bosones serían los mediadores en las
fuerzas que operan a nivel atómico y en el conjunto del universo.
Algunos ejemplos: los gluones (de glue, pegamento en inglés) son los
bosones que mantienen fuertemente unidos a los quarks en el interior del núcleo
atómico; sin ellos éstos se desintegrarían y no existiría nada de lo que
conocemos, incluidos nosotros. Son los causantes de las llamadas interacciones
nucleares fuertes, una de las cuatro fuerzas presentes en el universo.
Otro ejemplo son los fotones. Las partículas que tienen carga eléctrica
interactúan mediante el intercambio de fotones, los cuales son los
intermediarios de la fuerza electromagnética. Existen además las fuerzas
nucleares débiles, mediadas por los bosones W y Z. Esta fuerza débil permite
explicar, por ejemplo, el decaimiento beta, asociado a la radiactividad (hay
además una cuarta fuerza, la gravitacional, que supondría la intermediación de
un bosón, hasta ahora hipotético, llamado gravitón, que no forma parte del
modelo estándar).
El modelo estándar es una formulación teórica que intenta describir cuáles
son las partículas fundamentales y las interacciones que hay entre ellas. A
partir del comportamiento de unos cuantos elementos conocidos, es posible
deducir teóricamente (matemáticamente) cuáles son las partículas y mediadores
faltantes en el modelo, lo que permitiría explicar cabalmente la estructura y
comportamiento de los átomos… y del universo. De este modo, muchos de los
fermiones y bosones que he mencionado han surgido primero como ideas en la mente
de los físicos más brillantes, pero deben enfrentar una prueba muy difícil: la
confirmación experimental de su existencia.
Una de las grandes lagunas en el modelo estándar ha sido cómo explicar que
las partículas adquieran masa. Hay unas más masivas que otras, e incluso
algunas, como los fotones, que carecen de ella. Mayor masa significa mayor
inercia (la tendencia a preservar su estado de movimiento). Las de masa cero,
como el fotón, se desplazan a la velocidad de la luz. En los años 60 del siglo
XX diversos grupos de científicos propusieron de forma más o menos simultánea
una solución a este enigma, entre ellos el físico británico Peter Ware
Higgs.
La idea consiste en que la masa depende de la manera en que las partículas
interaccionan con un campo (el campo de Higgs) que se extiende por todo el
universo, y esta acción es mediada por una partícula (el bosón de Higgs). Todos
los cálculos dentro del modelo estándar concordaban con esta teoría. Sin
embargo, faltaba la máxima prueba: demostrarla de forma experimental.
La metodología para probar su existencia constituye uno de los proyectos más
grandes y ambiciosos desarrollados por la especie humana para responder a
preguntas sobre la estructura de la materia: el Gran Colisionador de Hadrones
(LHC, por sus siglas en inglés), en el que han participado destacados
científicos mexicanos. Sobre sus características no me puedo detener ahora por
razones de espacio. El pasado 4 de julio, después del análisis de miles de
millones de colisiones provocadas entre protones, los detectores de partículas
instalados en el LHC registraron una señal compatible con el ansiadamente
buscado bosón de Higgs. La noticia fue dada a conocer por los expertos con las
precauciones del caso, pues se requiere de mayor análisis para estar
completamente seguros del hallazgo.
A menudo surge la pregunta sobre la importancia de un descubrimiento tan
relevante como puede ser éste. Además de la utilidad práctica que seguramente se
derivará de la compleja instrumentación empleada en campos como la medicina, la
energía y otros, a mi juicio se justifica con creces simplemente por satisfacer
la necesidad de saber. Encontrar respuestas a preguntas que han ocupado por
siglos la atención de la humanidad, entre ellas: ¿cómo empezó?
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