Así, como van las cosas, asistimos en esta semana al cierre del telón de la
comedia. No fueron meses de campaña electoral con visos de arreglo entre
bastidores, sino años de relumbrón para ir creando una imagen política desde la
televisión y otros medios de comunicación, mediante la reiteración hasta el
cansancio de encuestas amañadas, la repartición de recursos para hacer añicos la
dignidad de quienes los reciben por su condición de pobreza, la estrategia de
dar rienda suelta a los operadores de la corrupción y el aumento del oropel de
quien se ostenta ahora como el candidato ganador del gobierno de la ignorancia,
con el contubernio de los dueños del circo: los del PAN y los del Panal.
Para la parte de la sociedad mexicana que se adhirió a la propuesta de un
tipo de gobierno pregonado por el PRI (o creyó en ella por cualquier motivo),
Enrique Peña Nieto la representa a cabalidad. Sus voceros de prensa y televisión
se encargaron de justificar su falta de cultura y educación (que no la
mercantilización de sus certificaciones), y la misma fue asumida con el
argumento de que no tiene ni tendrá connotaciones negativas para sus funciones
de jefe de Estado, ni para su capacidad de gobernar, porque se ha impuesto una
nueva conformación política-corporativa (antes se hacía con las organizaciones
sociales y las cúpulas de los sindicatos), ahora articulada a los medios y redes
visuales de comunicación de masas.
Representar un gobierno de este tipo, con la nueva expresión
política-corporativa, ya no tiene connotaciones negativas, porque, como dice
Antonio Brey (La sociedad de la ignorancia, Océano, Madrid, 2011), “de forma
progresiva, la ignorancia ha ido perdiendo sus connotaciones negativas hasta el
punto de llegar a prestigiarse. Se ha disipado el pudor a mostrar en público la
propia ignorancia, e incluso con frecuencia se exhibe con orgullo, como un
aditivo más de una personalidad apta para gozar al máximo del hedonismo y la
inmediatez que proporciona un consumismo desenfrenado. Ser ignorante no es
incompatible, ni mucho menos, con tener dinero o glamour. Más bien al contrario,
nos puede proporcionar una pátina de simpatía altamente empática a ojos de los
demás” (2011, página 78).
(Nota al margen: esta tendencia política se ha venido construyendo con
crudeza desde hace dos sexenios: con las pifias y los dislates de Vicente Fox,
la dicción y el discurso altisonante de Elba Esther Gordillo, y la inversión de
la realidad que mostró en sus discursos Felipe Calderón, quien siempre creyó que
estaba combatiendo de forma radical y feroz al crimen organizado, cuando ocurría
exactamente lo contrario.)
Así, con el impulso de esta imagen que crea una mediática simpatía, en una
sociedad que tiene uno de los más bajos niveles de aprendizaje –donde la
escolaridad de bachillerato y superior sólo puede ser un espacio para la
minoría, y donde los buenos conocimientos de la ciencia y la tecnología son los
que se compran en el exterior y no los que producen nuestros investigadores–,
Enrique Peña Nieto se ha erigido en lo más granado de una estructura política
representativa de un gobierno de la ignorancia, para lo cual se maneja desde un
set y se acompaña de artistas, no de promotores culturales, intelectuales
críticos o personalidades que brillen por su dignidad o su saber.
De llegar a reconocerse a este gobierno de la ignorancia, lo que nos espera
es la legitimación de toda esta camada de políticos cuyos discursos son motivo
de caricatura o de encono, pero que han trabajado arduamente por reproducir la
idea de que el éxito social depende de una mezcla de impunidad, de relaciones
con el crimen y el narcotráfico, y de su presencia, tan constante como sea
posible, en las televisoras, para ser los políticos mexicanos modernos,
relamidos de gel capilar y la sonrisa acartonada, que expresen y den cuenta de
su interés por la extensión de la desigualdad educativa, la mercantilización de
la escolaridad y la formalidad de una escuela inservible, lo cual debe mostrarse
y sustentarse en la mayoría de sus discursos y poses.
Lo que más sorprende es que estemos llegando al nivel superior de la sociedad
de la ignorancia, con una propuesta de gobierno y con un candidato que justifica
estos medios y esta imagen por encima de cualquier grupo o persona, y que además
se le crea. Es el extremo del panismo foxista, con los mismos actores y la
repetición de la película, pero resulta alarmante saber que esto puede llegar a
convencer a muchos, y que aceptemos que deba ser parte de la realidad actual y
de la que deseamos para el futuro cercano.
Si algo debe impulsarse, desde la posición de una segunda fuerza de
izquierda, con inteligencia, es una urgentísima reforma educativa, sin Gordillo
y sin el antilaicismo del PAN, una reforma crítica que pueda llegar a demostrar
que es posible un país distinto al del corporativo-televisivo priista, apostando
a los jóvenes y a la formación íntegra de las nuevas generaciones.
Ante las maquinaciones inverosímiles de una posible República Televisiva de
la Ignorancia, esta debería ser la primerísima propuesta de una oposición de
izquierda: que los jóvenes estén en primer lugar, y que se les ofrezca una mejor
educación, una distinta por supuesto, que les permita construir su futuro en
libertad. Si no pueden hacerlo ahora los partidos de izquierda, que lo tomen en
sus manos los propios jóvenes y quienes desde la sociedad civil podrán
acompañarlos siempre.
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