"Sous les pavés, la plage" (Bajo los adoquines está la playa)
Una de las frases más bellas que se han escrito sobre la utopía. Lema de la revolución de mayo del 68 en Francia, precisa algo de explicación para entenderse. Los adoquines que los estudiantes arrancaban para levantar las barricadas se colocan sin mortero, sobre un lecho de arena. De ahí que tuvieran tan fácil arrancarlos
Una de las frases más bellas que se han escrito sobre la utopía. Lema de la revolución de mayo del 68 en Francia, precisa algo de explicación para entenderse. Los adoquines que los estudiantes arrancaban para levantar las barricadas se colocan sin mortero, sobre un lecho de arena. De ahí que tuvieran tan fácil arrancarlos
Doctor en Ciencias Sociales e Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
Debajo de los adoquines está la playa. Esta consigna, que movió a las revueltas que sacudieron al mundo en 1968, hace cuarenta años, puede con justicia enunciarse para resumir el contenido de los libros que hoy presentamos: debajo de la agricultura industrializada está la agricultura vernácula, la agricultura tradicional; debajo de la civilización están la naturaleza, los ecosistemas y los campesinos. Debajo de la industrialización de nuestro metabolismo, se encuentra nuestra irreductible e ineludible necesidad de preservar la naturaleza. Debajo de una agricultura envenenada, está una agricultura que cuida la salud del entorno y de la humanidad.
La historia del proceso de desmantelamiento de los patrones de uso sostenible de la naturaleza es la historia de un malentendido monumental, pues hablamos de progreso y prosperidad cuando de lo que cabe hablar es de un proceso de homogeneización que más que enriquecer ha empobrecido a las sociedades humanas. La enorme y monstruosa alteración de los patrones de manejo de los ecosistemas que los jardineros del planeta, los campesinos, configuraron al cabo de cientos de años de investigación aplicada, generando estrategias de policultivo que respetaban la biodiversidad para sacar de ella una multiplicidad de bienes que hicieron posible a las grandes culturas y civilizaciones del pasado, nos ha colocado en una situación verdaderamente peligrosa.
Los libros que hoy presentamos nos presentan este proceso como una historia de impactos. Sin embargo, no se trata tanto del impacto social, ecológico y cultural de una transformación productiva o tecnológica del campo. Lo que tenemos enfrente, es la instalación de una lógica de apropiación, de una hybris, de un habitus, de un patrón, que gobierna todas las prácticas, que impulsa, regula, subsume, codifica, todas las formas de apropiación. En aras de incrementar las ganancias, los beneficios económicos, se somete todo a la lógica de incrementar bienes para realizar más mercancías, más valores monetarios. Esa lógica es la que nos lleva a homogeneizar, a erosionar, a suplantar, a extinguir todo valor de uso, todo proceso de apropiación tradicional. Estados Unidos, es el modelo cumplido de una sociedad donde impera la ley de la acumulación capitalista. Europa, es el modelo de sociedad que intentó negociar esta lógica preservando una historia. Las sociedades rurales, tercermundistas, tardíamente industrializadas, son las sociedades donde no ha podido destruirse ese mundo de productores rurales, esa capa de organismos sociales que siguen sosteniendo una relación relativamente respetuosa con el jardín planetario.
¿Qué va a pasar con esas sociedades? Esa es la gran pregunta que emerge de estos libros. ¿Qué va a ocurrir con los productores que sostienen una relación de continuidad con la milenaria cultura de cuidado y protección del jardín planetario? De mil maneras, el modo de producción capitalista pretende destruirla, anularla, desplazarla, proletarizarla.
Sin embargo, es en el mundo campesino y en el corazón de las ciudades donde ha emergido la respuesta para detener esa lógica implacable. Es aquí, ahora, en el ágora, en el centro de las ciudades, donde se congrega la inteligencia más honesta, más sensata, más comprometida con la sociedad, para llamar a una acción ciudadana que detenga la masacre, una masacre en la cual se juega el destino del planeta. No es posible liquidar a los productores primarios, porque con ello se liquida a los ecosistemas, a la naturaleza, a la madre tierra. Estamos en el borde del precipicio. El capital, con esa lógica que arrasa todo, puede aniquilar el último eslabón que nos protege: la preservación de la biodiversidad, de la multiplicidad, de los equilibrios, de los valores de uso.
Cuántos intelectuales todavía siguen seducidos por la lógica de la productividad, de la competitividad, de la rentabilidad, de la eficiencia y el incremento de la riqueza.
Cuántos intelectuales siguen convencidos de que el problema reside en quitarle estorbos al progreso económico, en allanar el camino a las nuevas tecnologías, en brindarle más facilidades al inversionista para que nos traiga las bondades de los nuevos hallazgos de la ciencia, organismos genéticamente transformados, agroindustrias de gran escala con gran capacidad para incrementar la producción de comida (¿han oído hablar de la influencia que tienen los cerdos?), de nuevos modos de generar más energía (¿han escuchado a las sirenas que nos hablan de los tesoros escondidos en el fondo del mar?).
Cuántos intelectuales están convencidos de que los campesinos son una rémora, una suerte de capa retrograda, enemiga de las innovaciones, bolsón del retraso tecnológico, almacén de practicas premodernas, escándalo de la improductividad, reservorio de conocimientos anticuados, protectores de santuarios del pasado.
El problema es que en nuestras universidades seguimos alimentando la reproducción de esta clase de intelectuales, convencidos de que para despejar el enigma de nuestro atraso, sólo se requiere erradicar a esos campesinos anticuados, esos indígenas que perseveran en sus viejas tradiciones, impermeables a las nuevas tecnologías, hablantes de lenguas incompatibles con la modernidad.
Si me pidieran explicar en dos palabras de qué preguntas parten estos libros, diría que en ambos la cuestión central consiste en recordar, en su sentido etimológico, es decir, en despertar, renovar o traer a la memoria algo olvidado, haciendo que se recapacite, suscitando una reflexión para que alguien se mueva y asuma su responsabilidad. Nos hallamos entonces ante una brillante exposición de un conocimiento que se encuentra latente o dormido, de ahí que los autores, en ambos libros, se pregunten, ¿dónde está el secreto de una relación perdurable con la naturaleza? Para nuestros tres autores, ese enigma se encuentra en el mundo rural y, más precisamente, en el campesinado tradicional, pero ¿cómo saber qué parte de lo rural es tradicional? La respuesta, en un primer momento, se halla en la escala (small is beautiful). Pero en otra escala, la respuesta está en nuestros pueblos indios, pero ¿dónde podemos detectar que perdura lo indígena? Una primera aproximación reside en la lengua. A partir de estas preguntas, nos hallamos ante un rastreo sistemático, metódico, del saber generado por esos pueblos, esas sociedades, esos grupos humanos, indios, campesinos, herederos y reproductor de un saber y un hacer.
En los dos libros encontramos un esfuerzo por detectar dónde podemos identificar a esa capa de productores primarios amistosos con la naturaleza. Es un esfuerzo por cuantificar, localizar, a fin de saber qué nos queda, y qué podemos hacer para proteger a esa capa sobreviviente.
Entre los dos textos se registra un dialogo, una complementariedad, vasos comunicantes. ¿Por qué los pueblos indígenas son dueños de los territorios donde se preserva la biodiversidad? ¿Por qué ocurre esa coincidencia? ¿Es casual?
¿Es que los pueblos que crecieron bajo el influjo de una religiosidad particular, el cristianismo protestante, que dominan el planeta, no pueden prosperar más que sobre zonas templadas, donde se registra escasa variabilidad o diversidad biológica?
¿Es que los indígenas tienen una imposibilidad para modernizarse e industrializar sus procesos productivos? ¿Es que los indígenas son responsables de la pérdida de biodiversidad? ¿Es que las estructuras comunitarias son un factor que contribuye a la degradación del entorno y el patrimonio natural?
Estas son preguntas que rondan la cabeza de nuestros autores y en ellos se celebra un debate político. Un debate estratégico. Un debate que va más allá de la economía, la política, la antropología y la misma ecología: es un debate que concierne a todas esas dimensiones.
Es importante destacar que estos intelectuales al descubrir que se está evaporando la diversidad, se radicalizan. ¿Qué podemos hacer? Pasar a la ecología política, una disciplina que junto con la economía ecológica está advirtiendo que lo que necesitamos son nuevos lenguajes para valorar a la naturaleza, y que ello exige una nueva institucionalidad, nuevas reglas del juego, nuevas formas de repartir el pastel. Tenemos que ponerle un alto al capitalismo. Las capas ricas de la población han generado un modelo de consumo que todas las demás capas sociales esperan reproducir. Es necesario entonces cambiar los patrones de consumo de la oligarquía para que todo el mundo entienda que no se puede seguir aspirando a esa forma excesiva de utilización de la naturaleza, la energía y el paisaje. No es posible que todo el mundo aspire a tener el patrón de consumo de las capas privilegiadas. Tenemos que evolucionar hacia una sociedad estacionaria, una sociedad austera, tenemos que ponerle un alto al crecimiento demográfico, a los modelos de progreso donde el principal signo de prosperidad es el incremento del producto interno bruto. Esa es ya hoy una brutalidad: es imposible seguir presionando a los ecosistemas sin generar una catástrofe. La naturaleza no es una persona a la que se cargue de un peso insostenible: la naturaleza es un sistema complejo al cual se está desquiciando, y sacar de su equilibrio a ese enorme sistema tiene consecuencias cómo las que apenas empezamos a vislumbrar: una fiebre que afecta a todo el planeta, una extraña sudoración, un incremento de la temperatura, sequias, cambios en los patrones de lluvias, tormentas súbitas, huracanes, y al acelerarse el cambio climático, dificultad para que todos los seres vivos respondan gradualmente, con medidas de adaptación, a la velocidad del cambio. Si deseamos detener o al menos atenuar la extraordinaria extinción de especies que ante nuestros ojos se produce, entonces es urgente actuar ya, para defender los ya muy escasos territorios donde la vida silvestre todavía puede darse.
Por supuesto, pretender que la globalización de marcha atrás no es un proyecto orientado al futuro. Sin embargo, dejar que la globalización, en su calidad de capitalización absoluta del mundo, quede en sus propias manos, esto es, en manos de las grandes corporaciones capitalistas, las grandes trasnacionales, como lo piden los neoliberales, equivale a dejar que las transformaciones sociales nos lleven a la catástrofe (Cf. Altvater, Las limitaciones de la globalización, Ed. Siglo XXI). Por ello, la única alternativa que nos queda es impulsar la regulación social de los procesos económicos globales. Y en ello juega un papel fundamental la constitución de un nuevo sujeto social, una nueva coalición social.
Impulsar una economía estacionaria implica formular un paradigma por completo distinto al del capitalismo: es plantear una propuesta que proteja el porvenir, la biodiversidad y la vida humana.
El concepto de desarrollo sustentable ha fracasado, ha sido subsumido por las nociones del discurso económico dominante: para éste, todo ha de ser subsumido por el capital, y por eso no es casual que se hable de capital natural, capital territorial, derechos de propiedad, mercantilización de los servicios ambientales, internalización de costos, toda esa jerga propia de la economía ambiental que se ha convertido en la forma oficial de ver el mundo. En nuestros días, ante una nueva y más profunda crisis, no se enuncia un horizonte alternativo, sólo se sugiere, tímidamente, apoyar a una economía verde, que emerge como un horizonte en el cual todo sigue siendo objeto mercantil, susceptible de fraccionarse y comprarse, aunque se halle teñido de una pálida capa de clorofila.
En los textos que hoy comentamos, lo más importante a subrayar es que es posible construir una sociedad alternativa, sustentada en el saber tradicional, sustentada en procedimientos de producción que no requieren el consumo masivo de energía fósil, una economía que puede desplegarse sin privatizar y desmantelar las estructuras colectivas de manejo de los bienes comunes. Tanto Eckart como Narciso y Víctor muestran que las sociedades tradicionales, los pueblos indios, constituyeron universos de vida material donde la apropiación comunitaria de los recursos naturales hizo posible un manejo ordenado y eficiente de los ecosistemas. Que la gran locura del mundo moderno ha sido fragmentar, atomizar, despedazar lo que estructuralmente exige un manejo mancomunado. No es posible cuidar de los bosques y el agua si no hay estructuras de coordinación entre todos los agentes productivos que sacan provecho de ellos. No es posible proteger la atmosfera y los océanos si no hay un uso comunitario.
Eckart Boege muestra las experiencias de lo que él denomina las nuevas políticas de las comunidades indígenas y campesinas hacia la sostenibilidad. Se trata de experiencias que en el curso de las últimas tres décadas, y tal vez más, han sido impulsadas en los territorios indígenas por organizaciones comunitarias. Es una historia que arranca desde la época de Lázaro Cárdenas, cuando se repartieron (restituyeron) tierras, bosques y selvas a los campesinos indígenas que eran sus propietarios originarios. Las experiencias exhiben que las organizaciones sociales indígenas tienen la capacidad de impulsar usos sanos, armónicos, racionales, de la riqueza natural: que han logrado restaurar y conservar ecosistemas de inmenso valor biológico, que han conseguido proteger cuencas y micro cuencas por medio de la acción colectiva, que en sus manos ha estado el cuidado de esos ríos tan lastimados por la industria y las ciudades modernas, que han protegido suelos y detenido la erosión.
La historia de las áreas naturales protegidas, de las diversas modalidades que ha instituido la sociedad mexicana para proteger el patrimonio natural, indica que es fundamental dar un papel activo a los grupos campesinos organizados en la gestión y uso apropiado de la biodiversidad que ahí se alberga. No se trata de construir museos donde está prohibido tocar: no se puede pedir que el jardinero se mantenga indiferente a su jardín, no se puede impedir que los indígenas se apropien de su riqueza e implementen estrategias de uso múltiple, estrategias agroecológicas. La conservación in situ implica necesariamente un uso apropiado, ya que la conservación ex situ equivale a una museografía: se protege a la manera de un zoológico a especies en peligro de extinción, una cárcel, una suerte de preservación artificial de la vida.
Estos libros nos hacen patente la importancia política, ambiental y estratégica de los pueblos indios: ningún programa ambiental de desarrollo en el futuro puede prescindir de ellos, de sus iniciativas, de su experiencia. El discurso político tiene que reconocer a estos como sujetos políticos, como entidades dotadas de facultades y derechos para proteger y usar la biodiversidad. No es viable la conservación si se excluye a los indígenas de la toma de decisiones. No olvidemos que para ellos, en esas áreas se encuentran sus santuarios, sus lugares sagrados. Ninguna política pública puede prescindir de esa dimensión de su vida comunitaria.
Estos libros nos hacen patente la importancia política, ambiental y estratégica de los pueblos indios: ningún programa ambiental de desarrollo en el futuro puede prescindir de ellos, de sus iniciativas, de su experiencia. El discurso político tiene que reconocer a estos como sujetos políticos, como entidades dotadas de facultades y derechos para proteger y usar la biodiversidad. No es viable la conservación si se excluye a los indígenas de la toma de decisiones. No olvidemos que para ellos, en esas áreas se encuentran sus santuarios, sus lugares sagrados. Ninguna política pública puede prescindir de esa dimensión de su vida comunitaria.
El quebranto de los espacios públicos en nuestro país se ha traducido, en el caso de los territorios indígenas, en la presencia de actividades que trasgreden la legalidad: narcotraficantes, fraccionadores urbanos, mercaderes del agua, empresas hoteleras y explotaciones forestales piratas. Todas ellas, muchas veces asociadas, rompen el estado de derecho con la complicidad de políticos y autoridades. La defensa del estado de derecho forma parte de la agenda de los conflictos ambientales: contra la corrupción es preciso unir fuerzas. No es, muestra Eckart, una lucha indolora, muchos líderes campesinos e indígenas han sido asesinados por proteger sus recursos.
Se trata de procesos en los que es muy importante la configuración de una gran alianza con asociaciones que poseen influjo regional: donde participan técnicos, científicos, empresas que comercializan desde la perspectiva del mercado justo, organizaciones de productores, asociaciones de consumidores, funcionarios públicos honestos, asociaciones ecologistas, instituciones de educación e investigación, grupos de ecoturismo, abogados ambientalistas, organizaciones de colonos, fundaciones nacionales e internacionales, programas de ordenamiento, comunitario, territorial y ecológico.
Ahora bien, la cuestión es cómo multiplicar y fortalecer estas experiencias, cómo contagiar a otras regiones. ¿Podremos en Veracruz apoyar a los campesinos indígenas de nuestras Sierras, tan empobrecidos, tan marginados, tan golpeados por ese caciquismo protegido por el PRI y el gobierno? ¿Podremos contagiar a las organizaciones de pescadores de nuestros ríos y costas, tan lastimados, heridos y contaminados por industrias, ciudades y procesos de turismo industrializado?
Ahora bien, la cuestión es cómo multiplicar y fortalecer estas experiencias, cómo contagiar a otras regiones. ¿Podremos en Veracruz apoyar a los campesinos indígenas de nuestras Sierras, tan empobrecidos, tan marginados, tan golpeados por ese caciquismo protegido por el PRI y el gobierno? ¿Podremos contagiar a las organizaciones de pescadores de nuestros ríos y costas, tan lastimados, heridos y contaminados por industrias, ciudades y procesos de turismo industrializado?
Volvemos la vista a esas sociedades milenarias, a sus herederos, los campesinos indígenas que hoy se organizan y luchan, para descubrir en ellas, en ellos, la clave de una sociedad que puede tener una vida perdurable. Más allá de los procesos de urbanización desaforados y de la industrialización enfermiza que padecemos, se encuentran procesos agroecológicos, campesinos, indígenas, tradicionales, que han mostrado su viabilidad para preservar la salud y la diversidad. Debajo de los adoquines está la playa.
Texto escrito con motivo de la presentación, el día 14 de mayo, de los libros de Eckart Boege (El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México) y Victor Toledo y Narciso Barrera (La memoria biocultural).
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