Los Tigres de Zintlala

La Sagre a cambio de lluvia y cosecha

Aquí, en esta antigua población nahua ubicada en La Montaña Baja, al centro del estado de Guerrero, la violencia está en la cultura y la cultura está en la violencia. Pero no hay dilema, porque parece más una solución que un problema.

Por ejemplo, la culminación de las ceremonias pagano-católicas de petición anual de lluvias por el comienzo de un nuevo ciclo agrícola, se realizó este jueves bajo la forma de más de cuatro horas de combates entre un centenar de hombres-jaguar, armados con gruesas reatas o cuartas.
En otro caso, en febrero o marzo, durante el Carnaval, los zitlaltecos se enfrentan a puño limpio o se lanzan piedras de barrio a barrio con sus hondas de cuero. El resto del año, aseguran todos, no hay rencores, y si surge alguna rencilla no será por esas luchas de raíz ceremonial.

Es de ese modo, o así parece ser, que aquí la violencia humana ha podido ser sometida y dosificada al integrarla a las tradiciones ancestrales.



Como cada año, los tigres de Zitlala, Guerrero, se enfrentan en combates rituales para convocar las lluvias que les permitan sembrar


Pelea de tigres en Zitlala para pedir buenas lluvias y cosechas, acto que se llevó a cabo el sábado

Tigres de Zitlala saldan sus deudas de sangre con la tradición
GUSTAVO ALBERTO NAVA JIMENEZ


Zitlala, 5 de mayo. El reloj marcaba las tres de la tarde. Los altares esperaban la oración que cada 5 de mayo se lleva a cabo desde hace unos 600 años. La gente en la plaza espera ansiosa la pelea de los tigres, espera ver sangre, espera ver golpes. El sol está en su punto más candente, pero es la hora de dar inicio a esta festividad pagana-religiosa.

En el barrio de San Francisco, casi un centenar de tigres oran y esperan el aviso para hacer su arribo a la plaza central, la cual es rodeada por decenas de negocios o tendajones que venden refrescos o cervezas.

Por la sed de los tigres no se mitiga con agua, sino con mezcal, el cual llega en garrafas, algunos dicen tras unos tragos los golpes se sienten menos.

Cerca de las 4 de la tarde la pelea empieza con la llegada de los tigres del barrio de la cabecera y de San Mateo, mientras los otros del barrio de San Francisco al ritmo de la música de viento llegan bailando y bebiendo mezcal para enfrentarse a los demás gladiadores.
El calor cada vez es más intenso, la gente empieza a llenar la plaza central, los golpes inician, la gente corre a la tienda por agua o por cervezas pues la peleas durarán unas seis horas. En un total suman unos mil espectadores.

Los combates arrancan cuando los tigres de los tres barrios tradicionales están dispuestos a enfrentarse uno a uno.

A los primeros golpes, fotógrafos de distintos medios de comunicación se aprestan para tomar la mejor gráfica.

Durante la pelea, la sangre corre en la plancha de la plaza central, la gente eufórica, que se ha reservado un lugar cómodo para ver este combate, grita y aplaude según el barrio originario.
Debido al sofocante calor, la mayoría de la gente local y extranjera buscan los tendejones donde la cerveza se vende al por mayor, pues es lo que a primera mano se puede encontrar.
En su mayoría los peleadores son hombres, unos con mayor estatura que otros, pero eso no importa porque al final de cuentas, entre más sangre quede en la plaza, mejor será la próxima temporada de lluvias.

Al finalizar la pelea todos beben y se saludan para hacer el recuento de las batallas. En su lengua nativa, náhuatl, mencionan que no hay rivales, ya que después de la pelea siguen bebiendo juntos mezcal o cerveza.

Al dar la 10 de la noche la plaza se va quedando desierta, unos van a cenar para festejar su triunfo, otros dicen que van a platicar su derrota. Pero en Zitlala, el día de mañana será normal: todo mundo se saludará como si nada.

La palabra tecuani proviene del náhuatl que significa “algo que come”. La danza es una representación que describe las fechorías del tigre, el cual caza y da muerte a un venado, por lo que se representan los esfuerzos de varios danzantes por capturarlo. En esta danza, algunos personajes son heridos por el depredador y son curados por el doctor. Al final el tigre es muerto por los cazadores.

Las máscaras, que en el mercado se cotizan en unos 500 pesos, están realizadas a mano, de manera artesanal, constan de materiales naturales y adornados con pintura de aceite, cuero de res, pelos de jabalí, animal que vive en esa región de La Montaña.


Año con año, la tradicional ceremonia atrae a miles de visitantes en este municipio de La Montaña baja

En Zitlala, tigres ofrendan su sangre a cambio de lluvia y cosecha

La casa de don Donaciano Balchicin Melchor, de 76 años está llena de hombres-tigre que danzan al ritmo de la música de viento y con el sabor del mezcal, mientras se preparan para el ritual de petición de lluvias en este municipio, acto que da comienzo al nuevo ciclo agrícola en La Montaña baja.

Los hombres, en su mayoría con vestimenta militar y cubiertos de sus caras con máscaras de tigre –nombre que le dan al jaguar en esta zona– en piel y con un peso de por lo menos tres kilos, gritan y bailan antes de partir a la plaza central donde ya los espera un coliseo improvisado y la mirada de al menos dos mil personas que presenciarán un ritual violento pero que les dejará mucha cosecha y agua para todo el año.

Don Donaciono, el tigre mayor del barrio de Cabecera, ha peleado 58 años, año con año, sin que “haya faltado a algún juego; porque es un juego, no es una pelea”, según platica mientras le ayudan a enrollarse una reata por la cintura, que es para protegerse los riñones de los golpes del contrario.

Le dicen tigre mayor por ser quien más peleas tiene en el barrio. Don Donaciano es visto con respeto por los hombres-tigre que esta tarde lo acompañarán a enfrentarse nuevamente con el adverso barrio de San Mateo.

Son las tres de la tarde del sábado. Los combatientes se disponen a salir a la plaza no sin antes preparar su única arma que llevan en mano: una gruesa reata trenzada y mojada con mezcal para que “endurezca y así el fregadazo sea más duro”, dice uno de los tigres.
Caminan por las calles de Zitlala, municipio náhuatl que se localiza en la región Centro del estado, cuyo nombre proviene del vocablo citlalan: “lugar de estrellas”.

Durante el trayecto hacen parada en otra casa, donde los espera el humo del copal y un altar con imágenes del Niño Jesús, a quien le hacen reverencia y ante quien se persignan para dar gracias y pedir que en la lucha de este año resulten victoriosos.

La lucha de los tigres o atzatzilistli es una celebración pagano-católica que viene desde tiempos de “mexicanos (como se autollaman los nahuas) antes de la llegada de los españoles”, cuenta don Donaciano, que camina despacio rumbo a la plaza, acompañado de su gente y de la música de viento que no deja de tocar y no dejará de hacerlo en las próximas cuatro horas que durará el combate por la lluvia.

Son las cinco de la tarde; los tigres del barrio de Cabecera están listos, sólo falta esperar la llegada de San Mateo para dar comienzo al nuevo ciclo agrícola y culminar el ofrecimiento de dolor e ira que ofrendan a los dioses.

En la plaza hay por lo menos dos mil espectadores, no sólo de la comunidad, también vienen estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), la Universidad de Chapingo, familias de Chilpancingo y uno que otro extranjero. Todos admirados observan y toman la foto del recuerdo, de una tradición que difícilmente desaparecerá de estas tierras indígenas, pero que corre el peligro de convertirse en una fiesta comercializada.

Del otro lado de la plaza se oye otra banda de viento. “Ya vienen, son los de San Mateo”, grita un niño que corre y avisa a los de Cabecera, que a modo de respuesta gritan y toman mezcal como desafiando el dolor que en unos minutos sentirán de los golpes que puedan recibir.
La gente se arremolina, los de San Mateo llegan y sin ton ni son empieza la primera pelea. Uno a uno, con la gruesa reata se golpean en todo el cuerpo, brotan los primeros hinchazones y con ello la sangre que ofrendan a la Madre Tierra.

Es el precio que le dan a la tierra para que en una de las zonas más fértiles del estado no falten agua, frijol, jitomate y maíz.
Durante horas hombres-jaguar se trenzan a golpes
En Zitlala, la lluvia llega
convocada por la violencia
La tradición cultural da salida a la agresividad
humana

. Aquí, en esta antigua población nahua ubicada en La Montaña Baja, al centro del estado de Guerrero, la violencia está en la cultura y la cultura está en la violencia. Pero no hay dilema, porque parece más una solución que un problema.

Por ejemplo, la culminación de las ceremonias pagano-católicas de petición anual de lluvias por el comienzo de un nuevo ciclo agrícola, se realizó este jueves bajo la forma de más de cuatro horas de combates entre un centenar de hombres-jaguar, armados con gruesas reatas o cuartas.
En otro caso, en febrero o marzo, durante el Carnaval, los zitlaltecos se enfrentan a puño limpio o se lanzan piedras de barrio a barrio con sus hondas de cuero. El resto del año, aseguran todos, no hay rencores, y si surge alguna rencilla no será por esas luchas de raíz ceremonial.

Es de ese modo, o así parece ser, que aquí la violencia humana ha podido ser sometida y dosificada al integrarla a las tradiciones ancestrales.

Ofrenda de dolor

Como desde tiempos inmemoriales, este jueves 5 de mayo los enfrentamientos entre jaguares cimbraron una vez más a Zitlala, la prehispánica Citallán o "Lugar de las estrellas". Se trata de la Danza de los tigres o Atzatzilistli.

En Guerrero se le llama tigre al jaguar y su amplia presencia en la región es una muestra de la influencia que los antiguos olmecas, "la cultura madre", ejercieron en esta y otras zonas de Mesoamérica, mucho más allá de Tabasco y Veracruz.

En ese día de violencia la ofrenda fue el valor y el miedo, el dolor y la penitencia de los zitlaltecos. Pero hace unos días, desde el 21 de abril, el ofrecimiento a los dioses fue de semillas de maíz, frijos y calabaza, pues los nahuas de la región peregrinan al cerro El Cruzco, donde hay un centro ceremonial con cuatro cruces dirigidas a los puntos cardinales.

Las cruces las bajaron a la iglesia de San Nicolás Tolentino el primero de mayo y al día siguiente realizan una misa. Luego suben de nuevo al cerro, a unos siete kilómetros de distancia, para danzar y ofrecer comida y mezcal, y colgar de un arco vísceras de pollos y guajolotes, que también lanzan a un pozo.

El jueves los tigres comenzaron a llegar a la plaza central después de las 3 de la tarde. Desde los barrios de la Cabecera, San Francisco y San Mateo, arribaron acompañados de sus respectivas bandas de viento y provistos de mezcal, cervezas y sus gruesas máscaras de cuero de vaca, en realidad una especie de casco protector contra los mortales cuartazos.

Una cuarta es una cuerda de lazar trenzada por varios hombres mediante unos palos y con un duro nudo en el extremo con el que se golpea al adversario. Casi un mazo. Aunque antes, cuando las luchas eran en el río o en el cerro, solían utilizarse palos y piedras, cuentan los más viejos, como don Anselmo.

Los preparativos del jueves comenzaron en cada barrio desde la mañana, con la confección de las cuartas y la preparación de pozole, caldos de pollo y de res, tamales de frijol y otros platillos.
También se continuó con la reparación de las máscaras dañadas el año anterior. Deben reponerse los ojos de espejo, los pelos de jabalí, los dientes y orejas de cuero. Deben retocarse los colores, entre los que resalta el amarillo, aunque también hay jaguares verdes y blancos y hasta perros y diablos rojos con cuernos negros.

Las labores son comunitarias y muchos participan, pero los más inquietos son los más jóvenes, guerreros primerizos que ya han comenzado una batalla contra el miedo.

"El que duele es el primer golpe, luego te encabronas y lo que quieres es ganarle al otro", dijo Raymundo, joven del barrio de San Francisco que trabaja de bolillero en las playas de Acapulco.
Labores comunitarias

En el barrio de Cabecera, dos cuadras cuesta abajo de la plaza central y de la iglesia de San Nicolás Tolentino, el trabajo se realiza en la casa de la familia de Benjamín Miranda, impulsor de la tradición y uno de los maestros mascareros de Zitlala, ubicada en la que quizá sea la región creadora de máscaras más importante del país.

Miranda es contactado por Estanislao Gregorio Padilla, originario de Zitlala, masajista en unos baños públicos de la colonia Santa María la Ribera, en la ciudad de México, y próximo a consolidar una taquería en Texcoco.

Estanislao, a su vez, es amigo del fotógrafo Francisco Olvera. Ante la inexistencia de hoteles en Zitlala, los tíos de Estanislao, don Ernesto y doña Elena, ofrecen techo, comida y amistad.
Don Ernesto, agricultor y albañil, comenta que no hay precios de garantía para el excelente maíz pozolero del lugar, por lo que se tiene que malbaratar con los intermediarios.

Con base en trabajo don Ernesto y doña Elena, de mirada maternal, han logrado construir una casa de dos niveles. De sus cuatro hijos, dos se han casado y también han tenido que emigrar a la ciudad de México. Los otros dos estudian filosofía y matemáticas en Chilpancingo.

Tierra de música y danza

Al mediodía, frente a la casa del mascarero Benjamín Miranda pasan desfilando unos ocho grupos de música y danzas indígenas provenientes de diversas comunidades de la región, los que acompañan la fiesta de los tigres y a la vez realizan su octavo encuentro de manera institucional.
Los danzantes llegan a la plaza central y ahí son presentados: los tigres de Atixpa, acompañados de banda de viento, con trajes moteados y máscaras; los tlacololeros, con música de un tamborilero y flautista y trajes de yute, grandes sombreros y máscaras; los chivos del barrio de San Francisco, Zitlala, con banda, máscaras con cornamentas y trajes de terciopelo con flequillos.
También interpretaron las danzas de los Manueles, de los Paloteos y una de origen prehispánico, las tres de comunidades del cercano municipio de Chilapa, así como la de los Diablos, de la Costa Chica.

Pasadas las 3 de la tarde comienzan a llegar los tres grupos de tigres. Al centro de la plaza se ha aislado una zona con maderos y malla ciclónica. Las banquetas, bardas, azoteas, árboles y demás áreas libres se encuentra abarrotadas. Son cientos, quizá miles de espectadores de Zitlala y comunidades vecinas.

La especie de ruedo tiene dos puertas opuestas. De un lado están los tigres de San Mateo y de Cabecera, y del otro, los de San Francisco, más numerosos. Por la arena pasarán campesinos, comerciantes, burócratas locales, desempleados, migrantes, soldados rasos con licencia y hasta uno que otro militar de rango mínimo.

Todos están dispuestos a la penitencia corporal para que lleguen las lluvias, o por lo menos para exorcizar los demonios que todo ser humano lleva dentro.

De 4 de la tarde a poco después de las 8 de la noche, en una atmósfera de sudor, humores mezcaleros y crispamiento, los tigres-gladiadores irán mostrando poco a poco orejas humanas rotas, uñas sangrantes, hematomas en hombros, brazos y piernas. Habrán de mostrar también, al fragor de la batalla, mayores o menores pericias técnico-atléticas. Pero eso ya es asunto de la crónica deportiva.

En ese tiempo habrán de realizarse, al menos, un centenar de enfrentamientos, varios de ellos sin necesidad de máscara. Los réferis oficiales y espontáneos apenas podrán mantener un equilibrio precario y por momentos se tocarán los límites del caos. Pero la lluvia habrá sido invocada una vez más y las siembras podrán comenzar de nuevo a fines de mes.
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